Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquél que nada tiene, lo posee (Baltasar Gracián)
Antes de decretarse el estado de alarma por la crisis del coronavirus, tras el que todos quedamos obligados a confinarnos en nuestras casas, todo el mundo andaba por la calle corriendo de un lado a otro. Las expresiones que habitualmente oíamos, eran algo parecido a esto: ¡no tengo tiempo para nada! ¡Me falta tiempo! ¡ya no sé que voy a hacer para poder tener algo de tiempo libre! ¡voy a ver si saco tiempo y hago ese viaje que necesito para desestresarme! ¡a ver si llego a tiempo! ¡a ver si el fin de semana que tengo tiempo…!
Antes de declararse la pandemia, llevábamos un ritmo de vida frenético y parecía que el tiempo pasaba cada vez más rápido, dejábamos de hacer muchas cosas para cuando tuviéremos mas tiempo, pero al final ese momento nunca llegaba y dejábamos de hacer cosas importantes, para ocuparnos sólo de las cosas que a nuestro juicio eran más urgentes, o sencillamente, no las hacíamos.
Ahora, en los aciagos días que vivimos, cerrados en nuestras casas, esa máxima de que el tiempo es oro, ha tomado una nueva dimensión. Ahora, de la noche a la mañana, tenemos mas tiempo que nunca. Pero el problema es que no sabemos qué hacer con él, ya que no podemos compartirlo con nadie, ni disfrutarlo. Estamos como leones enjaulados y además seriamente preocupados, e igual que nos ocurría antes por no tener tiempo, ahora estamos terriblemente estresados porque tenemos todo el tiempo del mundo, pero no sabemos en qué invertirlo o no sabemos cómo eliminar esa preocupación. Hablamos por teléfono con nuestros hijos, con nuestros nietos, chateamos en las redes sociales, pero, aun con todo eso, nos sobra tiempo por todos lados y eso nos angustia.
Esta terrible e inédita experiencia vital en la que estamos inmersos, igual nos ayuda a reflexionar para llegar a la conclusión de que, todo lo que tenemos en la vida, un trabajo, una casa, unos ahorros, no sirven absolutamente para nada, no sólo porque no podemos compartirlo con otros, sino porque, si la enfermedad nos invade, podemos perderlo todo.
Igual este nuevo escenario en el que ahora estamos viviendo, nos sirve para entender nuestro paso por el mundo. Antes, los países del norte veíamos muy de lejos como las pandemias azotaban a África, pero eso no nos generaba ninguna preocupación, ya que nuestras puertas estaban cerradas, pero ahora resulta que somos los del norte los que sufrimos esta grave crisis sanitaria y entonces sí vemos el lobo de cerca. Antes nos dábamos besos y abrazos porque eso nos proporcionaba satisfacción y placer y ahora resulta que esos hábitos se han transformado en unas armas que pueden resultar mortíferas. Antes, tratábamos de conseguir la mayor cantidad de dinero posible y muchas cosas materiales, para alcanzar el máximo bienestar, y ahora descubrimos que eso ya nos sirve de nada si nos ataca la enfermedad y el virus acaba con nuestra vida.
En esta nueva situación no deseada, en la que el tiempo se ha detenido para muchas personas, igual es preciso realizar una profunda reflexión. A lo mejor, cuando otra vez volvamos a salir a la calle, tras esta forzosa y larga reclusión, empezaremos a andar mas despacio, disfrutando de las pequeñas cosas que vayamos encontrando en el camino, hablaremos tranquilamente con otras personas, nos interesaremos por ellas y probablemente, seremos más humanos.