Recuerdo años atrás, cuando practicaba senderismo y ciclismo por la zona occidental de Asturias y al llegar a los pueblos, me encontraba en todos ellos con un bar/tienda donde se reunían a charlar los vecinos y donde yo me paraba para repostar. Eran pueblos llenos de vida, que en nada se parecen a lo que ahora me encuentro, donde ya no existe ese bar/tienda, donde sólo quedan algunas casas habitadas por personas mayores y donde la mayoría de esas casas ya están en estado de ruina.
Es incuestionable el despoblamiento rural que estamos viviendo en Asturias, que resulta muy preocupante y que requiere de profundos análisis y toma de medidas por parte de las administraciones tanto autonómicas como estatales, para tratar de frenar y revertir ese serio problema de pérdida de población, además de envejecimiento de la misma.
En los tiempos actuales, la industrialización se concentró en las áreas urbanas y dejó a las zonas rurales con menos oportunidades de empleo, ya que la falta de empresas en esos territorios obligó a los jóvenes a trasladarse a las ciudades en busca de trabajo y oportunidades. La agricultura, ganadería y pesca, que han sido la base económica de esas zonas, fue experimentando una significativa disminución, por falta de rentabilidad, lo que obligó a muchos a abandonar estas actividades.
Como consecuencia de la marcha a las ciudades de la gente joven, los pueblos rurales fueron perdiendo servicios y paralelamente su población se fue envejeciendo. Carreteras abandonadas y falta de servicios básicos como sanidad, escuelas o medios de transporte, provocaron que la vida en el ámbito rural ya no sea atractiva y por ello los jóvenes no tienen incentivos para establecerse en esos territorios.
Las políticas de inversión pública favorecieron a las zonas urbanas y dejaron al ámbito rural con menos recursos para su desarrollo económico y social, algo que provocó una manifiesta desigualdad, algo que provocó una clara percepción de que en las áreas urbanas había una mayor calidad de vida y más oportunidades.
Es por tanto evidente que, para resolver este problema del despoblamiento rural asturiano, se necesitan unas claras políticas que, por ejemplo, incentiven el emprendimiento rural, mediante ayudas y subvenciones específicas para la creación de pequeñas empresas o proyectos innovadores en esas áreas despobladas. En vez de tanta burocracia como ahora soportan esos jóvenes emprendedores, que quieren rehabilitar casas y hórreos para promover un turismo sostenible, debería de facilitarse y a la vez promover la agricultura ecológica, o las energías renovables.
El turismo rural, si se promocionara, podría ser una fuente de ingresos sostenible, ya que al atraer turistas también llegarían nuevos residentes. Podrían crearse alojamientos, rutas turísticas y actividades que pongan en valor el patrimonio natural y cultural de nuestra Asturias.
Deberían de mejorarse las infraestructuras y los servicios y para ello habrían de realizarse inversiones en mejoras del transporte y en telecomunicaciones, para facilitar las comunicaciones digitales que se necesitan en las zonas despobladas, e igualmente habrían de instalarse unos servicios de sanidad y educación mínimos, para mejorar la calidad de vida de esas zonas.
Deberían de establecerse políticas y no burocracia como ahora, para rehabilitar viviendas abandonadas o en mal estado y de ese modo incentivar y favorecer que los jóvenes puedan tener entornos habitables atractivos, a la vez que programas de apoyo familiar que faciliten el retorno desde las zonas urbanas.
Como conclusión, diría que nuestro despoblamiento rural representa un gran desafío y requiere de un enfoque coordinado por las diferentes administraciones, eliminando las actuales burocracias administrativas y favoreciendo la revitalización de esas zonas, mediante políticas concretas.