Ayer, hurgando por las redes sociales, me encontré con la fotografía de un aviso colgado en un bar de Logroño y que transcribo a renglón seguido:
“AVISO: Rogamos a aquellos clientes que tienen a sus hijos maleducados, que los mantengan controlados mientras permanezcan en este local, de modo que no molesten a otros clientes con carreras, empujones y gritos. Están ustedes en un bar y no en un parque o en un patio de recreo. Entendemos que los niños son inquietos, pero ustedes entiendan que los demás queremos estar tranquilos y no tenemos por qué padecer la escasa o nula educación de algunos padres que sin el menor respeto a los que les rodean, permiten a sus hijos comportarse como animales. Muchas gracias en nombre de los clientes y del personal del establecimiento.”
Este curioso aviso no hace más que confirmarme que lo vivido por mi, tan sólo hace unos días, no es un caso aislado o anecdótico, sino que es algo frecuente. Hacia las dos de la tarde, y como de costumbre en vacaciones, voy al establecimiento hostelero habitual para tomar una sidra con los amigos. Nos sentamos en una mesa donde hay un banco corrido, sobre el que dejo los periódicos que llevo en la mano. Al poco tiempo, entra una pareja con dos niños de unos cinco o seis años que se sientan en una mesa de al lado. En pocos segundos, esos niños empiezan a comportarse como auténticos “atilas”. Se suben al banco donde estábamos sentados y empiezan a empujarnos, a gritar, a pisotear y a manosear los periódicos.
Primero, de modo cariñoso trato de apartar a los niños…. ¡andad guapos…id con vuestros papis! Como el ataque infantil no remite, empiezo a utilizar un tono más enérgico y en semblante serio les digo: ¡por favor niños, dejad esos periódicos donde están e iros con vuestros padres! No sólo no se apartan, sino que más divertidos aun, empiezan a reírse y a incrementar la dosis del juego… ¡¡ja.ja.ja. miraaaa, se enfada y todooo!
Como ni mis tonos, ni los tonos del camarero que también intervino, servían para algo, uno de mis amigos se levanta de la mesa y va en busca de los educados padres que estaban sentados en la mesa de al lado, entretenidos jugando con una consola y seguramente muy relajados por lo bien que lo estaban pasando sus hijos. Por favor, ¿queréis ocuparos de vuestros hijos que nos están dando la lata sin parar? ¡¡Hombreee, por qué se ponen Vds. así! No se dan cuenta de que nuestros hijos son hiperactivos. Tienen ustedes un muy bajo nivel de tolerancia. Es que… cada día la gente es más gruñona. Pobres niños. Ustedes quieren resolverlo todo con un azote. Además, por favor déjennos en paz… no pretendan darnos a nosotros lecciones sobre cómo tenemos que educar a nuestros hijos.
Pienso que este incidente es la consecuencia de una generación de niños intocables y sobreprotegidos a los que nadie tiene derecho a reprender. Y lo más preocupante es que probablemente, porque estos padres tienen poco tiempo para ocuparse de sus hijos en el día a día, cuando están con ellos, tienden a consentirles todos sus caprichos y en definitiva a malcriarlos, con las consecuencias negativas que esto puede generar en su futuro cuando sean adultos.
Antes, si un niño “se pasaba”, los padres, los abuelos, los tíos, los vecinos, o el ciudadano que pasaba por allí, lo reprendían. Además, ese niño sabía que si era reprendido por ese vecino, corría el riesgo de que sus padres se enteraran y con ello volvería a sufrir otra reprimenda, o incluso un buen azote en el culo. En definitiva, podría decirse que toda una cadena de personas intervenía en la educación del niño. Cuan cierto es por tanto ese proverbio africano que dice: “se necesita un pueblo entero para educar a un niño”
Pero, hoy esto ya no ocurre. Por unas y otras razones se sobreprotege a los niños, se les consienten todos los caprichos, se les da todo lo que piden. Ya es más que evidente que en nuestra sociedad actual, tanta permisividad con los niños, no es buena. Y si no fijémonos en todos los problemas que surgen con esos hijos ya adultos que maltratan a sus padres, o esos alumnos que se suben a las barbas de los profesores sin que estos puedan ejercer ningún tipo de autoridad. Alguna vez tendremos que darnos cuenta de que es necesario cambiar el modelo educativo de los niños y probablemente (alguien seguro que me criticará por ello) un buen azote dado a tiempo es una de las mejores terapias educativas. Qué razón tiene el Juez de Menores Sr. Calatayud, conocido por sus sentencias ejemplarizantes y por lo que decía en un libro que editó, titulado “diez razones para que su hijo sea delincuente”. De otra parte, nos estamos olvidando de los artículos 154 y 155 del Código Civil que aún siguen vigentes y que otorgar a los padres el derecho a “corregir moderadamente a sus hijos”. Una cosa es maltratar que, por supuesto resulta intolerable y otra cosa muy distinta es corregir la actitud de un niño con un azote a tiempo. Ese azote no es maltrato, es educación. Creo yo.