JUICIO AL PAPA
Mientras les escribo estas líneas estamos viviendo un suceso histórico. Hace apenas unas horas que el Papa Benedicto XVI ha tomado un helicóptero con destino a Castel Gandolfo, pueblo donde se encuentra la residencia de verano del Sumo Pontífice, para “desaparecer” del mundo, y encerrarse con sus 24.000 libros y la oración como únicos compañeros.
No seré yo quien haga un juicio al Papa. Creo que hay personas mucho más capacitadas que yo para ello. El Papa solamente responde ante Dios y antela Historia, así que ambos le juzgarán. Nosotros, imperfectos humanos, solamente podemos saber que vivimos un momento memorable y que, nuestra generación conocerá, al menos, tres Papas.
Sin embargo, sí quiero compartir con ustedes algo que en su día aprendí. En una ocasión, quizá en una crisis de fe, quizá en un acceso de la razón, y contagiado por esta mentalidad jurídica que, cada día más firme – o más prostituida, quién sabe – nos da de comer.
Y es que me preocupé por estudiar si alguna vez se había juzgado a un Papa. Si la infalibilidad de los descendientes de Pedro había sido predicada unívocamente, o si alguno de ellos había fallado al divino cometido que le fue encomendado. Pensaba que, siendola IglesiaCatólicadel modo que es (fíjense qué genérico, para que cada uno ponga aquí el elogio o la crítica que estime) era tremendamente improbable que se hubiera producido semejante situación. Pero erraba. El derecho es tan antiguo comola IglesiaCatólica, y era extraño que sus caminos no se hubieran cruzado en alguna ocasión.
Pues bien, aquí les cuento la historia. El Papa Esteban VI decidió juzgar a su predecesor, el Papa Formoso, por haber entregado a las vírgenes a la violación y a las viudas a fornicaciones forzadas. Además de esto, se le imputaron robos, prevaricaciones y un sinfín de abusos. Se le consideraba indigno del Papado.
Hasta aquí poco de particular. Los juicios comienzan, y el imputado recibe la acusación de la que ha de defenderse por medio de su letrado. Y el Papa Formoso lo tenía, y como tal realizó su defensa. Con una particularidad. Solamente un Papa había renunciado antes que Benedicto XVI y no fue precisamente Formoso. Cuando fue juzgado, el Papa Formoso llevaba nueve meses muerto.
Su cadáver fue desenterrado, se le vistió con capa fluvial y fue conducido en un trono púrpura hasta la basílica de Constantino. El cadáver estaba en avanzado estado de descomposición, con las cuencas de los ojos vacías y sin dientes, por supuesto.
El “Sínodo del Cadáver” concluyó con sentencia condenatoria, y el reo, me parece, no tuvo derecho a la última palabra, o quizá no usó su turno. Se le condenó como usurpador del trono de Pedro, se declaró nulo su papado, se borró su nombre de la lista de Papas y se reprobó su memoria. Se le cortaron los dedos con los que impartía las bendiciones y su cuerpo fue entregado al populacho para su vejación y posteriormente, arrojado a las aguas del Tíber. Era el 18 de febrero del año 897.
Pero ya hemos dicho alguna vez en estas páginas que la realidad es obsesivamente palindrómica, y comienza y acaba del mismo modo. El mismo Papa que juzgó y condenó a Formoso, Esteban VI, fue estrangulado meses después por la muchedumbre que asaltó su Palacio y le ajustició sin permitir explicación.,
Ya ven, ni la infalibilidad nos queda. Así que, comparado con aquello, lo de que un Papa renuncia, una nimiedad..