PALÍNDROMO
No sé si recuerdan ustedes, de su época de estudiantes, la definición de palíndromo. Dícese de aquella figura retórica en la cual, la lectura de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, de atrás adelante, o de adelante hacia atrás, obtiene el mismo resultado. Existe un famoso relato corto del maestro Augusto Monterroso que lo ejemplifica a la perfección: “Onís es asesino”.
Pues bien, en estos tiempos de tormenta que nos toca atravesar, la realidad es cada día más palindrómica. Hoy quiero contarles una historia con ese requisito, que es la triste historia dela Fábrica de Armas de Oviedo. Comienza y acaba del mismo modo, con todo lo que alberga en su interior.
Año 1980 (aproximadamente, no seamos estrictos), un niño de siete años (aproximadamente, seamos generosos) mira desde la calle Tenderina los enormes chalets en ruinas, llamados “de los ingenieros” que dan a ese frontal dela Fábrica de Armas, y piensa que son un ejemplo de un tiempo mejor, de un tiempo ya pasado. Ahora son un ejemplo de decadencia. Del voraz instante que se come todo. Ejemplo de un mundo que se desmorona, sin que podamos o sepamos ponerle remedio.
Y ahora toda la historia que tenemos en el centro del palíndromo.
Para mí, un niño que jugaba enla Avenidade Torrelavega, la fábrica de armas era un recinto mágico. Miles de metros cuadrados rodeados de una firme muralla que no permitía vislumbrar el interior. Ruidos de actividad intensa. Allí, decían el barrio, se alojaban extraños dioses capaces de construir máquinas imposibles y cientos de hombres que trabajaban para ellos. Y nosotros, inocentes chicos de barrio, seguíamos buscando, día tras día, un hueco por el que mirar lo que había dentro, una atalaya donde subirnos y poder conocer los secretos de aquella fortaleza, un sabio dentro de aquellas calles que conociera lo que se hacía tras los secretos que allí se guardaban. Y, a las tres de la tarde, único momento en que se abrían sus puertas, dos policías (eran guardas de seguridad, pero para nosotros, Coroneles dela GuardiaCivil) paraban el tráfico para que centenares de coches (quizá no tantos, pero para nosotros era una caravana inextricable) saliesen del estómago de la fortaleza y se repartieran – sin duda conforme al plan perfecto que habían pactado dentro de aquellos muros – por las calles de la ciudad de Oviedo.
Años después, siendo Concejal de Relaciones Institucionales y Hermanamientos del Ayuntamiento de Oviedo, en una de las múltiples visitas que recibía nuestra ciudad de otras hermanas, hacíamos una ruta turística con la delegación de Hanzghou, China. Ya saben ustedes, desde un autobús, aquello de “aquí Santa María del Naranco, a su izquierda el Museo de Bellas Artes, a su derecha la Catedral, frente a ustedes la fábrica de armas …”. Todo les gustaba, lo fotografiaban y se sorprendían. Pero sin duda, la estrella, miren ustedes por dónde, fue la fábrica de armas. El guía chino que venía con ellos, al concluir la visita se me acercó y me preguntó: “En esa fábrica que nos decía, ¿de verdad se hacen armas?. Por supuesto, le respondí. Pero ¿armas de verdad, cañones y escopetas?. Sí, y otras más, le indiqué. Volvió al grupo y lo explicó. Nuestros vecinos del otro extremo del mundo se sorprendieron, abrieron mucho la boca, y, espontáneamente, comenzaron a aplaudir.
Quizá ahí comprendí que aquella mazmorra mágica de mi niñez y por la que había pasado miles de veces sin prestarle la mínima atención cuando mi mente maduró (qué pena, ¿verdad?) era algo mucho más importante de lo que yo pensaba. ¡Un sitio donde se hacían cañones!.
Ahora, la fábrica de armas pasa uno de sus momentos más complejos. Un ERE amenaza el trabajo de muchos de los que, durante muchos años, han mantenido la magia de los niños, el trabajo de los adultos, y la admiración de visitantes. En nuestra mano está buscar toda la ayuda que podamos para ellos. Desde nuestra pequeña aportación o desde nuestra máxima fuerza. Lo único que no se admite, en estas situaciones, es esconderse.
Y llega el final del palíndromo.
Año 2013. Un adulto de 39 años (exactamente, esta vez he sido justo) mira desde la calle Tenderina los enormes chalets “de los ingenieros” que dan a ese frontal dela Fábrica de Armas, y piensa que son un ejemplo de un tiempo mejor, de un tiempo ya pasado. Ahora son un ejemplo de decadencia. Del voraz momento que se come todo. Ejemplo de un mundo que se desmorona, sin que podamos o sepamos ponerle remedio.
La puerta mágica se abre. Los coches, no tantos ya, salen sin premura, víctimas del síndrome de la desgana, de la enfermedad del desaliento. De la impaciencia porque llegue la parca que se nos lleve. Una suerte de cortejo fúnebre minado por un virus de tres letras llamado ERE.
La historia, lamentablemente, es palindrómica. Treinta años después se presencia la misma triste estampa. Entre todos tenemos que ayudar. En nuestra mano está que nuestros nietos, algún día, sigan pensando que tras esas murallas donde trabajan tantos hombres y se hace tanto ruido, un grupo de extraños dioses siguen construyendo máquinas imposibles.