Este humilde cronista de la actualidad que un par de veces a la semana llega hasta sus hogares solamente tenía ocho años cuando tuvo lugar la llamada “Guerra de las Malvinas”. Y tengo que confesar que para mí era una novedad que no tenía connotación negativa alguna.
Desde el desconocimiento que da la infancia, para mí, que aquellos señores usasen enormes barcos de guerra de los que descendían tanques blindados o soldados no era sino la prolongación enla TVde lo que acaecía en mi habitación todos los días. Mis soldados de plomo o de plástico tomaban la esquina de la cama mientras los tanques bajaban desde la mesita de noche. Un enorme portaviones salía de debajo de la cama y arrasaba con todo lo que encontraba a su paso … Para mí la guerra era una realidad y por eso, en aquella, mi primera guerra por televisión, me sentaba frente a la pantalla absorto, intentando aprender estrategias que reproducir en la alfombra de mi salón.
Sin embargo, aquello que para mí era un juego en blanco y negro, era el capricho dela JuntaMilitarque gobernaba argentina con mano de hierro, capaz de tirar jóvenes sin delito alguno desde un avión en el medio del océano, solamente porque no pensaban como ellos. Aquello que para mí era la batalla de mi habitación a lo grande, costó la vida a más de mil personas, y la humillación y la vergüenza para muchos argentinos que volvieron a su casa derrotados.
Sin embargo, aquella mi primera gran guerra, la primera antes de los Balcanes, Sierra Leona, Irák, Afganistán, significó la llamada a la democracia argentina. Los chés recuerdan hoy aquel episodio como el último de la dictadura que soportaron durante años.
En los meses que se mantuvo la guerra en Oviedo había pintadas que decían “Malvinas Argentinas”. Incluso en el Colegio de los Dominicos busqué una mañana un mapamundi y encontré tres puntitos abajo del todo, cerca del Cabo de Hornos, donde se apreciaba idéntica leyenda – el GB que venía entre paréntesis no lo entendí entonces y tampoco lo entiendo ahora – .
Este fin de semana, 31 años después de aquella dramática tesitura, los habitantes de las Malvinas han votado si quieren permanecer perteneciendo al imperio británico o unirse a los que, por proximidad, cultura e idioma, son sus hermanos. Quizá voten con el bolsillo más que con el corazón, como sin duda harían nuestros ocupantes en Gibraltar, y quizá por ello el resultado sea difícil de prever. Pero eso es lo de menos.
Lo verdaderamente relevante es que las únicas armas serán las urnas. Los únicos disparos, los de los votos. Y ganará lo que quieran sus ciudadanos, no lo que imponga ningún ejército.
Definitivamente hemos evolucionado algo. No siempre los tiempos pasados fueron mejores, gracias al cielo.