La infancia de un niño de barrio ovetense hace tres décadas se puebla de recuerdos que regresan ocasionalmente. EnLa Tenderina(dondela Avenidade Torrelavega era la “calle nueva”) recuerdo perfectamente la venta ambulante de todo tipo de productos. Recuerdo los bibliobuses, primer contacto de los niños con la magia de la literatura, y recuerdo que los habitantes del barrio se encargaban cosas unos a otros cuando uno “subía a Oviedo”. También, con meridiana claridad, a un señor que abría los colchones y los llenaba con telas blancas, algo incomprensible para un niño de 8 años, aproximadamente. Y cómo no, el formidable espectáculo que constituían los gitanos con la cabra, que se subía a una escalera. No había circo que la igualase. ¡ Que se quiten de delante el parque Warner o Disney Land, viva los gitanos de la cabra!
Después, en el Cristo, cuando Montecerrao no era sino un cúmulo de prados donde correr y vivir miles de aventuras, recuerdo la leche y el pan a la puerta de mi casa prontito por la mañana, la gente que venía a vender de todo a la puerta, el afilador de cuchillos, con aquella música característica, y el estraperlo de tabaco Winston, que era “americano” y que se compraba a un precio irrisorio. Hasta el cura del barrio, ya fallecido, acumulaba paquetes en sacristía. Aunque también se dice que confesaba escuchando el partido del Real Oviedo. Yo, sinceramente, esta última tesitura nunca la presencié, pero era vox populi.
Han pasado tres décadas y esa bonanza artificial en que nos sumimos nos habían hecho olvidar muchas de estas cosas. Sin embargo, todo vuelve. Si Coco Chanel es famosa por un simple vestido blanco y negro básico confeccionado hace cuatro décadas y que ni cambia de temporada ni se puede comprar en rebajas, cómo no va a volver el resto.
A la puerta de mi casa en Oviedo vuelven a picar vendedores ambulantes. En las calles vuelve a haber tabaco de contrabando, y, ayer mismo, en la calle Campomanes, en la glorieta sobre el Campillín, un coche con un megáfono ofrecía afilar cuchillos y reparar colchones. Tuve que pararme para apreciar ese “deja vú” en toda su extensión.
En Luanco, donde paso mucho tiempo en verano e invierno, han vuelto a aparecer las vendedoras de almejas puerta a puerta, que traen quisquilla, y si preguntas debidamente, hasta algún pulpo en la faltriquera. Un ganadero local se ha enfrentado a la gran maquinaria de la venta de leche y ha decidido venderla por su cuenta. Puedes ir a comprar leche de verdad (me refiero que sabe a algo, a leche concretamente) y yogures a buenos precios y comes calidad. Lo que compro en el supermercado, aunque me cueste 0,17 céntimos la unidad, sinceramente, dista enormemente de ser un yogur de los que yo recordaba y cuyo sabor de antaño sí he recuperado a base del comercio primitivo que ahora vuelve.
Quizá todo esto pueda achacarse a la crisis. Quizá los puristas reprochen que toda esa gente no paga impuestos y debilita el país. Sí, quizá sí, en eso tienen razón. Pero soy incapaz de criticar a quien pretende trabajar dignamente y buscar el sustento de su familia, en unos tiempos en los que, en la cocina económica de Oviedo, el pasado jueves, a las 20 horas, la cola bordeabala Corradadel Obispo.
Quien tenga iniciativa y trabaje no va a contar jamás con mi reproche. Acaso con mi recomendación de que lo haga con las debidas garantías y cumpla sus deberes con el Estado, pero nada más. Y me temo que no estamos en tiempos de purismos, estamos en tiempos de esfuerzos, y quienes podemos, trabajamos, cumplimos y cotizamos. Otros trabajan como pueden y otros, otros muchos, ni siquiera pueden hacerlo.
Así que prefiero pensar en positivo y no achacarlo a la crisis, sino a la moda, esa recurrente costumbre del ser humano de recuperar cosas para volver a comérselas, volver a vestirlas o volver a trabajar en ellas.
Y, qué quieren que les diga, me trae recuerdos de barrio de Oviedo. Y cuando uno pasa la cuarentena, los recuerdos son objetos valiosos a cuidar.