Define la RAEel esperpento como el Género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado. Si D. Ramón María levantase la cabeza, y le diéramos un ayuntamiento, unos concejales, una alcaldía, y unas elecciones, aun siendo el maestro, no sería capaz de componer el desatino que vemos en Cudillero.
Por mucho que la magistral inventiva del literato pretendiese, en un arranque de locura, dibujar un panorama grotesco o desatinado, deformando la realidad y convirtiéndola en la peor sombra de sí misma, jamás podría articular una tragicomedia como la que padecen los ciudadanos de esta joya del Principado.
Cinco alcaldes, no sé ya cuántos concejales, de los que iban en las listas y de los que no fueron elegidos, el Tribunal Constitucional trabajando a tres turnos para decir que esto es un error tras otro y que la ley hay que cumplirla, y, pese a ello, un grupo de tahúres que pretende enorgullecerse de que, si uno hace trampas, el otro las hace mejor.
Así que uno pone la baraja marcada y cuando un tribunal se la quita, saca otra de la manga. Cuando le vuelven a pillar, aprovecha para usar las cartas sueltas que guardaba en el dobladillo. Y algunos de los que se sientan a la mesa, hipnotizados por el tahúr, comienzan a buscar los métodos más rastreros para sumarse al cúmulo de engaños con que se juega en esta partida.
Si uno vuelve a nombrar al mismo alcalde que el Tribunal Constitucional le anuló, otros ya piensan en dimitir a sus concejales para forzar la intervención administrativa. Si toda una lista de concejales dimitió para que el tahúr jefe – ese que no juega la partida, y que mira con detalle cómo se mueven sus peones, porque ha apostado toda su fortuna a que sabe hacer trampas mejor que nadie – consiguiese tener el ayuntamiento de su mano, otros buscan cómo marcar las cartas con bolígrafo invisible, en lugar de hablar con los compañeros de mesa y, entre todos, en un arranque de cordura que quizá no cabe cuándo la función se encuentra ya en el quinto acto y se encamina al desastre como único desenlace posible, gritar un basta ya conjunto que detenga la puesta en escena y recupere la normalidad de una función que hace ya mucho que se convirtió en drama para quienes se ven obligados a ser gobernados por los más tramposos de sus ciudadanos.
Me niego a identificar la política con esta panda de rufianes que, a base de subirse tantas veces a la poltrona, han pensado que ya les pertenece y que ni tribunales ni mayorías pueden imponérseles. Si esto es en lo que quieren convertirla, que no cuenten más conmigo, pese a mi pasión por eso que alguien definió un día como “el arte de lo posible” y que esta pandilla han convertido en un juego de trileros orgullosos de serlo y de contarlo.
El verdadero problema, es que, cuando se levanten de la mesa, hartos de mentirse unos a otros, ebrios del whisky del poder, por momentáneo que sea, y hastiados de sí mismos y de quienes les trató como arlequines, como simples marionetas, moviendo sus hilos a su antojo, la fiesta quedará sin pagar. Y la factura se la pasarán a los de siempre, a los pobres ciudadanos pixuetos que trabajaban mientras otros pasaban la noche conspirando en oscuras partidas en que se jugaban los cuartos ajenos.
Sinceramente, muy mal debemos haberlo hecho en otra vida para merecernos semejante panda de rufianes.