Mañana mismo, como cada año, comienza la operación salida. Esa que nos traslada de un extremo a otro del país, de un confín a otro del mundo, en busca de esa felicidad que nuestra tierra, al menos en estos tiempos, nos niega pertinazmente. Buscaremos en otros lugares el amor que no encontramos, el descanso que la agenda diaria nos niega, las lecturas que hemos ido relegando durante el curso. Hallaremos esa luz diferente, esa iglesia escondida que merece la pena ver, ese cuadro que ocasionalmente se expone en ese lugar al que acudimos. Porque las vacaciones son eso. Una ruda fractura de la realidad diaria, de la monotonía, del devenir cotidiano.
Pero este año, quizá más que nunca, nuestra operación salida se transforma en operación huida. Escapamos de esta ciudad que ahora nos disgusta, monótona en ocasiones, triste como todos nosotros, dolorosa y silente ante el azar que atravesamos. He visto un Oviedo abatido durante el mes de julio, acaso por el calor anormal que ha venido a fustigarla, aún más si es posible. Dejamos nuestra región, azotada por vientos de penuria, y cruzamos Pajares, donde el sol siempre brilla, para que la carretera de Castilla nos intente bosquejar unos días de paz, donde el tiempo corre de un modo distinto, donde las tardes son lánguidas y pegajosas, como en La gata sobre el tejado de zinc, y aún así las adoramos, porque son distintas.
Acaso, los más afortunados, incluso dejan nuestro país, ese país que llora en silencio, como el niño que no puede dormir en su cama, a la espera de que sus padres acudan en su socorro. Nosotros seguimos esperando que alguien nos socorra, pero es tan caro el precio de los bomberos de la vida que aguardamos a reunir en nuestra faltriquera el estipendio bastante para el pago.
Pero, por encima de todo, España se va de vacaciones. Y eso es lo importante. Que cada uno, mal que bien, ha reunido a cuatro amigos, o a su familia, o a ambos, y los ha logrado organizar para meterlos en un coche, en un tren, en un avión, en cualquier cosa que se mueva, y salir del lugar donde habita para justificar porqué nos levantamos tan pronto esas mañanas de invierno en que la bruma nos impide siquiera ver la calle desde la ventana.
Y allá donde vayamos, habrá una tarde, una puesta de sol, un momento de esos en que nos juntamos todos, compartiendo una sangría, una copa de cava, una cerveza, un refresco, un agua … donde nos unamos y brindemos porque seguimos aquí, porque la lucha continúa y estamos en la batalla, símbolo inequívoco de que no han podido con nosotros. Y dormiremos una plácida siesta en alguna piscina, en una playa, bajo un árbol en el monte, y soñaremos que todo continúa, que tenemos más suerte que los pobres78 aquienes la parca sorprendió en un tren de camino a Santiago o los 23 que este fin de semana se han dejado la vida en el asfalto. Decía el maestro Machado que en su soledad había visto cosas muy claras, que no son ciertas. Nuestros sueños de verano son claros porque los ilumina ese sol que se nos niega.
Y ese es el éxito, no lo duden. Una copa de algo, una mesa, una puesta de sol, una familia, unos amigos, un amor de la mano. Esos son los premios de la vida. Las subordinadas, los concursos, la hipoteca, o el ERE, son equívocos términos del siglo XXI, que pasarán rápido, como él, y quedarán en los libros de Historia para explicar a futuras generaciones. Pero amor, amistad, sonrisa y vacaciones, son palabras que no habrá que explicarles. Son intemporales. Somos nosotros.