A TRES METROS DESDE EL SUELO
Querer cosas conlleva una pleitesía. El que algo quiere algo le cuesta, o andar majo cuesta trabajo son siempre expresiones de una máxima común. Para lograr algo hay que sacrificar algo. Hay que poner determinadas cosas en el empeño y alguna molestia se deriva de cada actuación.
Para que Oviedo sea una de las ciudades top en limpieza nos hemos acostumbrado a que los barrenderos nos incomoden, a sacar la basura ordenadamente a determinadas horas y a que, en esa costumbre española de trasnochar, los servicios de limpieza compartan con nosotros las calles.
Ahora nuestra ciudad acomete el reto de habilitarse entre las ciudades accesibles. Y ello conlleva alguna cuestión que asumimos con pereza. Sobre todo los comerciantes, que verán cómo sus negocios cambian su estructura externa de un modo considerable. A partir de este momento uno ya no colocará la mercancía como quiera o como considere que es mejor para lograr ventas, sino que lo hará conforme ordene la autoridad municipal. Respetando una distancia mínima de al menos dos metros desde el escaparate, o bien volviendo a meterlo todo dentro del negocio, sin posibilidad de exponer la mercancía si con ello se limita la accesibilidad.
Sin duda la finalidad es loable. Sin duda nos va a colocar otra vez en el espacio europeo de ciudades donde, además de la calidad de vida, las autoridades cuidan de sus ciudadanos, en este caso los que tienen limitaciones de movilidad. Y eso es tremendamente positivo. La legislación lleva años cuidando de que en las promociones inmobiliarias se reserven los bajos para personas con discapacidad, o que los ayuntamientos habiliten todas sus instalaciones para su acceso. Y ahora, las capitales que definitivamente apuestan por creer que ellas mismas están hechas para sus ciudadanos se integran en una red común y apuestan por allanar el camino de sus habitantes.
La única pega es el esfuerzo económico a asumir por comerciantes. Y por los municipios. Porque no podrán exigir a sus ciudadanos que se dedican a la venta que asuman un cambio en sus negocios sin dar ejemplo de antemano. Y eso, en una ciudad donde, gracias al cielo, abundan las papeleras, donde tirar un papel al suelo es considerado un acto tan descortés como maltratar un animal, conllevará modificar la posición de muchas de ellas. E incluso de muchas farolas, de esas que fueron emblema de esta Vetusta y que ahora, con las nuevas tecnologías, algo tendremos que hacer para que no gasten tanto. Y no son buenos tiempos para la lírica, que nunca lo son, pero tampoco para la economía de los consistorios, que habrán de invertir nuestro dinero en una apuesta loable y beneficiosa, pero no sé si demasiado lujosa en estos tiempos. Maestros tiene nuestro Ayuntamiento que sabrán hacerlo en condiciones, pero supongo que nos costará algo, y algo, en estos tiempos, siempre es mucho.
No obstante, es de las inversiones que se cobran con creces. Si podemos hacer un paseo en silla de ruedas por toda la ciudad, merece la pena gastarse el dinero, porque los que todos los días avanzan con su silla también pagan sus impuestos. Y nuestro comercio, que ha sabido adaptarse a cuantas realidades el tiempo les ha ido pintando, también sabrá hacerlo con esta. Ojalá en unos años, además de ejemplo de limpieza, lo seamos de accesibilidad. Hemos emprendido modificaciones mayores y siempre lo hemos logrado. Y, en cada ocasión, para mejorar.