BOOKCROSSING OVETENSE
Hace apenas tres semanas me adelantaba yo, inconscientemente, a esto que les traigo en la mañana de Nochebuena. Les contaba, con ocasión de otro tema, que ya pasó ahora, que las paradas de metro de Milán, donde acudo a menudo por razones de trabajo, están llenas de libros. Uno deja los que ya ha leído, y coge otros que aún están por descubrir.
Esta iniciativa existe en Europa hace años. Usted tiene en casa libros que ya ha leído, y le han apasionado (de nada vale llevar lo que le sobra, porque si son malos para usted, también lo serán para otros) y lo mismo le ocurre a otras personas, que han leído otros diversos a los suyos, y desean compartirlos. Dado que el precio medio de un libro ronda los 20 euros, y la cosa está para pocas fiestas, es un método sencillo para que la cultura fluya. Los libros son bienes fungibles, como el dinero. Se leen, se disfrutan, y se comparten. Ese es el sistema. Esa es la idea del bookcrossing.
Y esto se lo dice alguien que escribe y que quiere vender sus libros, como es obvio. Alguien que, la primera vez que encontró una de sus novelas en un mercadillo de esta bendita región asturiana, se sintió mal, o, al menos, se sintió extraño y su primer impulso fue comprarlo, o recomprarlo, digamos, por el pírrico precio de 5 euros. Pero, por encima de todo, como todos los que escribimos, se lo dice alguien que ama la literatura.
Hace tiempo que veía en Oviedo un pequeño avance del bookcrossing masivo que ahora comenzamos. En un bar del Postigo Alto, casi en la calle Mon, hace tiempo que observo libros apostados esperando ser usados por un nuevo inquilino. Y no cualquier cosa, sino el Wherter de Goethe o Don Juan Tenorio. Uno, que siempre que pasa delante de estas cosas, no se resiste, dejó unos ejemplares hace apenas una semana. Al día siguiente, para mi alegría, ya no había ninguno de los que deposité, lo cual indica que tuvieron aceptación.
El Ayuntamiento se ha involucrado ahora en una masiva iniciativa de bookcrossing, trayendo a esta ciudad la generosidad literaria que en Europa reina en tiempos de escasez. Al menos en doce puntos de la ciudad habrá libros huérfanos, aguardando a que usted los tome, se los lleve, los disfrute, y los deposite en otro lugar. A cambio, solamente le piden el cariño de su lectura y el equivalente a aquello que se lleva. Si obtiene dos, dos dejará. Si tiene tiempo para devorar diez ejemplares, habrá diez personas que disfrutarán con los que un día pasaron previamente por sus manos.
Los libros en las estanterías de nuestras casas son seres muertos. Es como disecar al perro que da alegría a la familia mientras juega en el jardín. En la librería cogen polvo y pierden vida. Un libro en las manos de alguien recupera aquello que siempre quiso contar. Y se pone coqueto para cada nueva cita, porque tiene un nuevo amantg cada vez que alguien queda con él para descubrir todo aquello que contiene en su interior. Un ser vivo que nos traslada allende los mares o a dos calles de la nuestra, pero una historia diferente – porque la relación entre cada libro y cada lector es única e irrepetible, incluso ajena al autor, se lo dice quien lo ha descubierto de boca de cientos de lectores – pero que hace que nuestras existencias se transformen de mano de sus páginas.
Y les invito a que jueguen. Es tremendamente bonito encontrarse a alguien en un parque, en un autobús, en la calle, leyendo un libro que en su día pasó por nuestras casas (eso de que “fue nuestro” me da una sensación de propiedad que el libro no comprende, porque es de todos). Sorprender que aquello que nos encantó y marcó un momento de nuestras vidas, ahora lo hace con otra persona es una experiencia irrepetible. Y quizá pararle y comentarle qué se va a encontraren lugar de seguir corriendo presa del reloj y del teléfono móvil.
Ya que tenemos un amigo en común, que es ese libro, quizá esto sea el comienzo de mucho más …