Cuenta la historia que apenas tres jornadas antes de avistar las costas de América hubo un amago de rebelión en las tres carabelas que comandaba Colón, motivada por el hastío de los marineros a ver las mismas aguas. El más famoso motín de todos los tiempos, el de la Bounty, que pueden ver en una magistral película o leer en innumerables novelas sobre el asunto (recomiendo especialmente la reciente de Jonh Boyne, 2011) y que dio lugar a sucesivas generaciones en esas curiosas islas endógenas llamadas Pitcairn, dicen que se originó simplemente porque las tripulaciones se aburrían. Se encendió la mecha, y el fuego ya no hay quien lo pare.
Llevo ya mucho tiempo escuchando a tertulianos incendiarios decir que es extraño que en este país no hubiera una rebelión, con la situación que padecemos. Que hay que buscar salir a la calle para cambiarlo todo, que hay que tomar medidas extremas. Nunca les he oído hablar, sinceramente, de trabajar dignamente, de pagar lo que uno debe, de asumir lo que puede comprar y de responsabilidad y solidaridad con los demás. Pero de imponer la ley de la fuerza y olvidar la fuerza de la ley, de eso, mucho.
Estos son los mismos que esta semana están encantados. Gozosos de escucharse a sí mismos y de ver lo que ha ocurrido en Burgos. Sinceramente, ni me interesa el fondo del conflicto, ni está esta página de información local para hablar de eso. Lo que sí sé es que en Burgos pueden tener el peor alcalde de España, que la decisión puede ser la más errónea jamás vista, que el bulevar que se iba a hacer puede ser una salvajada, que deben existir otras prioridades que atender … pero que todas las razones que a uno puedan asistirle las pierden las formas. Nada justifica los portales destrozados, los escaparates de pequeños negocios fracturados (de comerciantes del barrio, hermanos, primos y amigos de los que reivindican) ni las entidades bancarias arrasadas con bancos, piedras o cualquier otro objeto (aunque parece que aquí hubo un criterio selectivo sobre las que se rompían y las que no, que uno puede estar en la masa, pero siempre hay líderes para ordenar incluso el desastre). Ninguna decisión puede amparar cien mil euros de destrozos que se van a pagar con fondos públicos. Nada, nunca, jamás, justifiva siete policías heridos.
Y mientras tanto, otros bárbaros, que podrían tener alguna reivindicación social o laboral y quizá hasta tuvieran razón – porque su patrón no es de los que vamos a poner ahora en ninguna sacristía, – pierden cualquier derecho mientras que se sumen en la incoherencia y agreden salvajemente al apoderado de la mina, otro trabajador como ellos, que sirve al mismo patrón, que quizá tampoco cobre y que también tiene familia. Le fueron a esperar, le amilanaron y le agredieron salvajemente. Ya no quiero saber nada de su conflicto laboral. Aunque pudiera comprender lo que pasa, se ha criminalizado, y con criminales tengo por costumbre no hablar, ni jugar a las cartas, ni compartir criterio alguno.
Pero supongo que los tertulianos de la bencina estarán contentos. Los radicales de partidos minoritarios (y otros que no lo son, pero les gusta la estética caduca de la calle y esas zarandajas decimonónicas) dormirán satisfechos porque, como ha dicho alguno, “Burgos es el inicio de la nueva revolución”. !Me cago en la leche! que diría ese español de tres generaciones que es Antonio Alcántara en “Cuéntame” que tan bien ha representado a nuestros padres y abuelos. ¿Cómo se puede ser tan incoherente, tan bárbaro y no ver su propia cerrazón? . ¿Acaso es una victoria que se pare una obra que cuesta 100.000 € en destrozos y la salud de siete policías y una veintena entre los manifestantes?. ¿Es eso lo que queremos enseñar a nuestros hijos?.
Ahórremonos entonces el dinero del colegio y mostrémosles cómo se queman contenedores desde pequeñitos. Cómo gritando y tirando piedras se detiene una obra. Cómo se va a casa de un compañero de la empresa y se le amenaza y se le golpea. Digámosles pues que todo eso del respeto, la democracia, el escuchar al otro, y la solidaridad en tiempos de necesidad, son historias de monjas que no van a ninguna parte. Total ya, tirados a la calle, que es lo que está de moda, mejor nos llevamos a los pequeñines, para que mamen pronto la revuelta.
Quizá algún día les piquen a ellos a la puerta y otros , más barbaros que ellos, quizá más pobres, o simplemente más locos, les golpeen porque consideren que su causa es más válida que la que ellos defendían.
Es el riesgo de dar cerillas a los monos. Que a veces prenden fuegos.