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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

CALDERETA EN IBIAS

CALDERETA EN IBIAS

 

La Asturias rural sigue siendo una joya olvidada en un cajón. Quizá su valoración haya descendido, porque dicen que ya vender oro en cada esquina, pero lo más preocupante es que acaso cerramos el cajón donde la dejamos hace tanto tiempo que no recordamos dónde podemos haberla guardado.

            Cada día estoy más convencido que la sabiduría popular sigue estando en nuestros mayores. Esos que custodian voluntariamente nuestra Historia en el mejor sitio donde pueda ubicarse: sus memorias, indelebles al paso del tiempo, y firmes ante el frío.

            Salir de la calle Uría, de Corrida o de la Cámara y viajar dos horas y cuarto hasta Ibias es un paseo en el tiempo, una aventura, una historia nueva de esas que no nos acaecen en las ciudades. Allí, de la mano de los viejos del lugar, esos que tienen sobre todo tiempo y sabiduría, uno conoce y recuerda. Uno comparte y recibe. Uno, sobre todo, aprende.

            Con la excusa de algo que en Asturias tenemos de sobra, que es una gastronomía excepcional y buen vino, una mesa se convierte en punto de encuentro de varias generaciones. Y ahí es donde los viejos regalan lo que saben y donde los jóvenes lo tomamos prestado para llevarlo a nuestros hijos, porque no sabemos si los futuros libros serán de papel o electrónicos, pero la memoria humana, la colectiva, esa ha resistido siempre apagones, quemas de libros y efectos 2000.

            Y si el maestro cocinero es D. Felipe de Rato, maestro de la caldereta cotizado en toda Asturias, y fuera nieva en un febrero ciclogénicamente desconocidos, y los que se sientan a tu mesa tienen fe en que lo que saben no les pertenece, la experiencia se transforma en Historia viva del siglo XXI. Allí, lejos de los escaparates de El Corte Inglés, en una villa sin semáforos, aprendí que la matanza se sigue haciendo de modo compartido. Que los hombres, desde el mes de noviembre, van de casa en casa, matando y despiezando, mientras las mujeres lavan y cocinan. La diferencia de sexos únicamente la da la fuerza, no el trabajo, que solidariamente reparten.

            Allí le recuerdan a uno cuando para venir al médico a Oviedo se tardaban seis horas en cualquier medio de transporte o cómo los niños nacían en casa porque no  era  imaginable otra opción. Cuando los mineros bajaban en un camión a la mina a Cangas a las 4 de la madrugada y ayudaban con palas a abrir la carretera. “Hoy se sientan en el margen a ver si tienen suerte y no pasan a buscarlos. Ahora ya no se aprecia el jornal”, me contaba Rodri, con treinta años de mina a sus espaldas.

            O, entre vino y aguardiente, en ese ambiente fraternal que nace en el bar donde se refugia el hombre del inclemente invierno, donde fluye la charla y la discrepancia, donde el que llega se incorpora y opina, donde del debate surge la luz, aprendí cómo decidir unas elecciones de modo muy alejado a la mercadotecnia electoral que hemos importado de EEUU. Corría el año 77 del siglo pasado y en España se celebraban las primeras elecciones democráticas. El que fuera alcalde franquista hasta ese momento, uno de los hombres más queridos del pueblo (que lo hubiera puesto Franco no quiere decir que no contara con el amplio respeto de sus vecinos, porque trabajaba por y para ellos) reunió a todo el pueblo y pidió que le confiriesen su voto, que tenía pensado “bajar” a Cangas a negociar con los partidos políticos. Sus vecinos que tampoco dominaban aún eso del voto – como todos los españoles que fueron aprendiendo a base de años y acaso de desilusiones – lo pusieron a su disposición.

            Con 240 “delegaciones”, diríamos hoy, bajó a Cangas y visitó a todos los partidos políticos recién iniciados en estas lides. Pidió una máquina quitanieves por 240 votos. Fue UCD quien “compró la burra”, según me contaron. Y todo el pueblo votó lo que le pidieron.

            Y una flamante Caterpillar llegó a Ibias, con un enorme refuerzo delante del cazo para abrir el Pozo de las Mujeres Muertas que pasaba tres meses nevado aislando a sus vecinos. Desde entonces la máquina abrió el camino y se acabó la soledad, el miedo, las noches eternas, los días inútiles …

            La Caterpillar bien vale un voto. Y 240. Nuestra Asturias rural bien vale seguir creyendo en ella. Los viejos amigos, los que custodian sus secretos, siguen confiando en nosotros para trasladarlos a otra generación.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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