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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

¿LA SONRISA DE LA FELICIDAD?

¿LA SONRISA DE LA FELICIDAD?

 

 

            Una fría mañana de enero nos levantamos y nos cuentan que ha bajado el paro. Pensamos en abrir la botella de cava de la nevera, acaso para el desayuno, porque las buenas noticias son tan escasas, y estamos tan ayunos de alegría, que hay que celebrar cada buen momento. Dejamos la botella, acaso por prudencia o puritanismo, pero a media mañana ya sabemos que hicimos bien. La realidad nos sirve aceite de ricino para el paladar matutino. La fábrica de Coca Cola de Colloto cierra y se lleva por delante los empleos de cientos de trabajadores, de vecinos nuestros, de esa localidad que ya sufrió hace años el drama de Águila Negra y que ahora vuelve a verse envuelta en una crisis empresarial de esas que, todos los días, compartimos con el croissant.

 

            No le busquen explicación. No la hay. Es una empresa que gana millones de € anuales en beneficios. Es una empresa que ofrece al Real Madrid 80 millones de € al año para que rebautice el Santiago Bernabéu con su nombre (el doble del salario de todos los empleados que pretende despedir), y es una compañía que, sobre todo, ha vendido imagen. Desde vestir a nuetro Papá Noel hasta mandar “al mundo entero un mensaje de paz”.

 

            Pero la cuerda se rompe siempre por el mismo sitio. No sé si el más débil, pero siempre el que toca en Asturias. Asturias, siempre Asturias. Hace días que se oía que iban a cerrar varias plantas. Yo sabía, no me digan porqué, que nos iba a tocar a nosotros. Quizá los sindicatos y los trabajadores también. Es ese extraño síndrome que nos aqueja. Siempre que toca a alguien, nos toca a nosotros.

 

            Y ahora da igual ya todo. Ni “lucha callejera”, ni “frente de resistencia”, ni presión del Gobierno de la región, ni eventuales declaraciones unánimes del Ayuntamiento de Oviedo (ya las hicimos para La Fábrica de Armas de La Vega, para La Fábrica de Loza de San Claudio). Nada. Cuando una multinacional desaparece, échenle un galgo. Da igual que presione el Comisario Europeo a Tenneco, que se toman un vermouth a su salud. La deslocalización y los precios de la mano de obra en Europa son uno de los grandes retos de eso que queremos construir como “Unión”.

 

            Lo que sí es claro es que el dinero público no puede subvencionar rufianes. Euro que entregamos a cuenta, Euro que hemos perdido. Desaparecieron nuestros fondos con la misma velocidad que los puestos de trabajo de nuestros ciudadanos. Da igual quemar contenedores que amenazar con querellas criminales y toda suerte de procedimientos judiciales. Al tipo de EEUU que decide estas cosas, los juzgados españoles le suenan tan lejanos y tan poco lacerantes como a nosotros el consejo tribal de una tribu de Uganda. Y las manifestaciones callejeras le incomodan lo mismo que un pellejo en una uña del meñique.

 

            No creo en la subvención por principios, pero los ejemplos me hacen cada vez más ateo de la colaboración pública a la empresa privada. Los grandes empresarios de este país se han hecho a sí mismos a base de esfuerzos, de lealtad con sus empleados y de convertir sus fábricas en familias, donde cada empleado siente suyo el negocio y comparte expectativas de mejora con la entrega de lo mejor de su trabajo diario. La sopa boba nunca nos ha dado resultado. Se nos han ido con los haberes públicos y nunca les hemos cogido en la huida, porque, entre otras cosas, viajan en jet privado.

 

            Creo que se acabó el chorro que alentaba a especuladores. Prefiero ayudar al comercio pequeño, al empresario de aquí, al que no creo que haya problema en darle un suelo a bajo precio si nos emplea a 20 personas. Porque sabe que si no cumple, pierde el suelo y su propio capital, porque responde con sus bienes  y futuros, como nos enseña el Código Civil.

 

            Nos convierten en localistas a base de golpes. Y a las familias que ahora están en la calle les meten  un drama en casa en tiempos en que el drama es diario.

 

            Los boicots comienzan en cosas pequeñas. He tirado cuatro latas de Coca Cola que tenía en mi casa y las he cambiado por agua de Fuensanta. Aunque, tal y como está la cosa, quizá tengamos que darnos a la sidra …..

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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