¡S.O.S. BOTELLÓN DE NUEVO!
Oviedo fue pionera en la lucha contra el botellón. Hace ya años que se puso coto a esta plaga, impidiendo que nuestras calles se llenasen de menores que, sin ningún control, accediesen ilegalmente al mundo del alcohol, a un alcohol incontrolable, comprado en lugares que no garantizan que lo que haya dentro de la botella sea lo que indica su etiqueta, para dejar nuestras calles llenas de basura y asegurar que llegan a conocer algo que la vida les ensenará, pero a su tiempo.
Fuimos pioneros e incluso seguimos esa senda al aprobar la ordenanza de convivencia cívica. Fuimos los primeros y nos salió bien, porque esta ciudad no parecía tener problemas.
Pero eran otros tiempos. Quizá no teníamos problemas porque los jóvenes tenían dinero en su bolsillo para entrar en los bares y pagar. Pero ahora, que se fugó todo lo que era sólido, como dice Antonio Muñoz Molina, hemos vuelto a remendar calcetines, a usar los zapatos varios inviernos, la moda de temporada es moda perpetua, y los jóvenes acopian monedas un sábado por la tarde para comprar bebidas en el chino, sin ninguna garantía.
Exigimos a nuestros hosteleros que respeten escrupulosamente las medidas de sanidad en sus establecimientos, les imponemos unos horarios y un aforo. Pagan sus impuestos y nos aseguramos de que jamás en un establecimiento público un menor se tome una copa. El primero que se asegura es quien está detrás de la barra, que no solamente se juega su dinero en una sanción, sino que es un profesional, y sabe que no se vende tabaco ni alcohol a menores. Es una cuestión tan somatizada que es ocioso incluso sugerirla.
Pero el menor no. Combina la inocencia de la juventud con la inconsciencia de la pubertad y la adereza con la osadía del grupo. Y esto le lleva a beber con 12 años. Sinceramente esta plaga no podemos permitírnosla.
Gijón, aunque me duela decirlo, llegó tarde pero fue más eficaz. Sacó dos meses a la calle las patrullas en Cimadevilla y se acabó el botellón. Es triste tener que aplicar medidas coercitivas de este tipo, pero a un crío de 14 años no puede razonársele con los males del alcohol. Hay que imponérselos, hasta que tenga criterio para decidir. Si no robamos ni matamos no es porque lo digan los diez mandamientos, es porque nos castiga el Código Penal.
El pasado sábado, Carnaval en Oviedo, a las 4 de la mañana, en al menos ocho emplazamientos públicos – y no les hablo del Tartiere o el aparcamiento de las Facultades del Cristo, alejados del centro de la movida, sino del Campo San Francisco y de la Plaza del Ayuntamiento – eran un cúmulo de jóvenes sin ningún control con sus bolsas de bebida y sus enormes vasos de combinados cuya única racionalidad es, cuanto más, y más variado, mejor.
No es difícil verlo. Yo lo vi, cualquier ovetense lo vio. Los hosteleros de Oviedo, lo vieron con rubor. No es posible hacer la vista gorda ante el tren que pasa por delante de tu casa. Puedes ignorar el que pasa lejos, pero el que atraviesa tu finca lo oyes y lo sientes.
Y por eso es el momento, ahora, y no dentro de un minuto, de atajar esto. Si significa que la Policía Local patrulle los sábados por la noche, que lo sea. Si significa que hay que llevarse al cuartelillo a 100 menores por sábado, no pasa nada, se llama a sus padres, se pone en su conocimiento y luego que decidan ellos. No pueden seguir cerrando establecimientos hosteleros, mandando familias al paro, mientras en la calle se bebe por menores sin control de horarios ni de lo que ingieren cada fin de semana.
Pero obviarlo sería lo único que no podemos hacer, porque nos jugamos la salud de los que van a pagar nuestras pensiones, de los que han de levantar este país de aquello en lo que lo han convertido otros que ni siquiera son tampoco de nuestra generación, pero que ahora pagamos nosotros. Porque, recordando el lema hindú, la salud y la tierra no son un regalo de nuestros padres, sino un préstamo para nuestros hijos.