ARA MALIKIAN
Ara Malikian es el mejor violinista del mundo. Esta es una afirmación personal con la que seguro no están de acuerdo los puristas. Pero los puritas son pocos y viven en sus urnas, alejados de los que amamos la música pero aborrecemos la excesiva sobrexposición a aquello que se considera dogma. El dogma, en pleno siglo XXI, es de difícil defensa en cualquier ámbito de la vida.
El caso es que tuvimos la suerte de poder disfrutarle el pasado sábado en Oviedo. Me sorprendió inicialmente la cantidad de niños que acudieron al Filarmónica. Si a los niños les das música, crecen en la cultura, disfrutan de algo natural, consideran que es parte de la vida y, cuando les llegue el momento de escoger, quizá elijan la música y perpetúen la genialidad.
Sábado 17 de mayo a las 18 horas. Día de despatarrar en Oviedo y final de la liga jugándose en los televisores. El primer sorprendido por un teatro a tope fue el propio Malikian. Dos sesiones continuas y todo vendido. Prometió dejarse la piel en un espectáculo único, con la adversidad que enfrentaba tras las paredes del teatro, y a fe mía que lo logró.
Repasó las danzas del mundo, desde Líbano hasta Argentina, desde Armenia hasta Italia, y no olvidó a dos maestros españoles, el país que orgullosamente cobija su genio hace quince años, con Falla y Sarasate.
Malikian maneja el violín como nadie he visto jamás, y prometo que cada vez que voy a Milán, y el año pasado fueron 40 viajes, busco hueco en La Scala, donde tengo la oportunidad de disfrutar de noches de gloria. Pero Malikian es distinto. Tiene el genio de los dioses pero es humano. Es capaz de sumirse en una pieza de 6 minutos en el que entre su violín y su genio no hay nada, pero, al mismo tiempo, explica cada uno de los temas que va a tocar.
Cuenta a niños y mayores porqué interpretaba el verano de Vivaldi, que era la única pieza que no era una danza del mundo, y por eso, para que fuera una danza, la bailaban todos en el escenario. Nos cuenta la historia de Piazzola en las ocho estaciones, que hizo tanto tango que acabó diseñando una megaobra para llevar la música argentina a todo el mundo. Y Malikian lo borda.
Unos niños que estaban detrás de mí, de no más de diez años, disfrutaban con cada pieza. No es el tostón de una orquesta clásica interpretando una pieza de 20 minutos. Es un tipo en vaqueros y camisa, con un grupo de 18 músicos jóvenes, bailando como locos, jugando con las piezas, invitando al público a aplaudir, parando para escuchar, disfrutando juntos de una simbiosis única. Hasta un gaitero asturiano, Luis Fueyo, se unió al espectáculo, como homenaje a la anfitriona.
Hora y media de magia. Y nadie sabía si fuera hacía calor o se jugaba la liga. Es la magia de este tipo. Y la suerte de que venga a Oviedo. En la próxima, no se lo pierdan, por favor. Y llévense a los peques, que con ellos se disfruta el doble.