VIOLENCIA CALLEJERA
Resulta que últimamente, leer la prensa es una crónica encadenada de sucesos. De sucesos violentos, de choques de ciudadanos que están en sus casas, en sus negocios, en sus quehaceres, y reciben visitas de indeseables que les amenazan y les roban o les acosan.
La pasada semana, en Oviedo, en San Claudio, dos episodios consecutivos nos alteraron. Robaron a punta de pistola la gasolinera y, apenas dos días después, una carnicería recibió la visita de los que entienden que es más sencillo robar que trabajar. De los que tienen la navaja fácil o el gatillo tembloroso. Al empleado de la gasolinera, que se había levantado ese día a las 5 de la mañana, no le arriendo la ganancia. A la dueña de la carnicería, para más INRI, no la cubre el seguro, que expresamente excluye los siniestros con violencia e intimidación, que son delictivos. A la señora nadie le quita el medio del cuerpo, y nadie le devuelve el dinero.
Vivimos tiempos oblicuos para llegar a senderos diestros. Y aunque empezamos a creer que salimos, no lo haremos sino con esfuerzo personal. Con el denuedo que desconocíamos, con la firmeza de tiempos olvidados. Y, si a quien se levanta a las 5 de la mañana para ganar 800 €, alguien le llega con una pistola, nos tiemblan las piernas y el sistema. Nos faltan las bases y la alegría para seguir.
La única ventaja es que cuando cojan a estos indeseables, que los cogerán, no les libra ni la Caridad. La pistola o la navaja le da un poco de salsa a su actuación, la que el código penal llama “violencia en las personas”, lo convierte en robo, y lo pena con tres años como mínimo. Quizá dentro de tres largos años, estos tipos salgan pensando distinto y este país pueda ofrecerles otra cosa que no sea robar. Aunque hay algunos que da igual lo que les ofrezcamos, porque siempre el sendero fácil fue atractivo.
Y resulta que en esta ciudad hemos enfrentado lo peor de la crisis con decencia, privaciones y ganas. No vamos a permitir ahora, que las cosas empiezan a cambiar, que los que siguen poniendo la comodidad delante de la decencia, y su egoísmo frente a la libertad, se lleven lo poco que nos queda. Porque con ello, y poco más, hemos administrado la miseria para poder salir adelante. Ellos desconocedores de vocablos como ahorro o dignidad, lo malgastarían del mismo modo fácil que lo adquirieron, en lóbregas tabernas o lugares tan oscuros como sus conciencias.
Por eso, cuando el pasado jueves vi a un turista salir corriendo detrás de un chaval de raza gitana (no es xenofobia ni clasismo, es que era un ladrón y era gitano) que se había llevado un móvil directamente de la mano de otra visitante de la Plaza de la Catedral, me sentí orgulloso de aquel tipo con atuendo ridículo (sombrero, camisa, pantalones cortos y sandalias) pero con el espíritu grande. Con la decencia que quizá estos tiempos de penuria nos hayan enseñado a todos. Le dio caza en apenas 200 metros. No esperé a que llegara la Policía Local, pero sí pensé que uno menos en la calle de esos que no respetan la propiedad ajena siempre es una buena noticia.
Hace años, cuando éramos jóvenes, la heroína y otras drogas hicieron mucho daño en esta ciudad y en todo el país. Se habían llevado por delante a la generación anterior, pero, hambrienta y egoísta, quiso llegar a la nuestra. Ahora que cierra el BAR ALKOR, según leo este domingo, tras 48 años de actividad, recuerdo haber bebido, entre sus paredes, cerveza a morro en botellas de todo tipo de licores. Eran pioneros del reciclaje, y nosotros, nada temerosos de compartir con otros, que tuvieran lo que pudieran tener.
Salir a las calles de Oviedo en aquella época no era una labor para timoratos. Había droga, había violencia, había robos … Pero éramos prudentes y osados al mismo tiempo. Nunca quisimos nada que no fuera nuestro, pero también nos enseñaron que, para quitárnoslo, tendrían que luchar con nosotros.
Han pasado veinte años y las cosas han cambiado para mejor, para mucho mejor. Me niego a pensar en unas calles de Oviedo como aquellas.