Todo estaba preparado y listo para que fuera perfecto. Aparte de cuestiones políticas inanes (¡claro que había hacer algo en la Fábrica de Armas, porque no hay mejor homenaje a sus trabajadores que llenar el recinto de Cultura!), el resto tenía una agenda estupenda.
Uno podía escoger entre eventos dispares pero igualmente interesantes. El canto de las Pelayas ya tenía cola a las 18.30, y el flashmob de las 22.00 hacía que se le aguardase. Las exposiciones abiertas antes de que cayera la noche y, por ejemplo, si quieren originalidad, uno se pasaba por el Claustro de la Universidad en la calle San Francisco y unos ilustradores pedían que les contases qué problema te asolaba o qué te preocupaba. Tras escuchar atentamente, realizaban un “dibujo sanador” que iba a ser la solución a los problemas. No sé si eficaz, pero curioso al menos, y la cultura es eso, diferencia, diversidad, originalidad.
Amaneció una mañana estupenda, impropia de octubre, pero digna sucesora de las mañanas de un sorprendente septiembre que nos ha regalado un verano que nos negaron sus antecesores agosto y julio. Hasta medio día, se lo digo yo que corría por el parque de invierno, la gente sudaba y tomaba el sol. 23 º a las 14.30.
Nada hacía presagiar lo que ocurriría. Bastaba seguir twitter o Facebook para ver que había ganas de hacer cosas, de disfrutar. El mismo Paco Cao había previsto su particular exposición con todo detalle y lo contaba en las redes sociales, animando a la concurrencia.
Pero la tarde comenzó compleja. Y a media tarde se nubló. Hacia las 7 comenzó la tormenta y con ello, la noche blanca se volvió negra. Comenzó una lluvia de esas muy nuestra, pertinaz y constante, pero horrible para cualquier plan.
Y todo, o casi todo, se acabó ahí. Pese a que la policía local cortaba las calles para las iluminaciones del Edificio del INSALUD (todavía no me sale SESPA, disculpen, son muchos años), o del Campoamor, y pese a que se hacía todo lo posible porque la lluvia no acabase con el evento, la gente no respondía.
Tras el primer flashmob de las 22, que tuvo mucha afluencia, porque la lluvia respetó un rato, a partir de las 23 la gente decidió que ya estaba bien de mojarse, que es demasiado pronto para coger un catarro y que este año, lamentablemente, la noche blanca no iba a ser un éxito.
Hacia las 24 horas solamente los espectáculos a cubierto tenían gente, y en las galerías donde se leían poemas se agrupaba gente hasta la puerta, pero la calle ya no era el bullicio que merecía una noche programada inmaculadamente, con la inversión necesaria y un elenco de artistas merecedores de que todo hubiera ido como el año anterior. Recuerdo, ahora hace un año, la calle Uría llena de gente a las 2 de la mañana, viendo la silueta del Carbayón. Ese que, precisamente en la noche del domingo, cumplía años desde su corta, que tanto daño nos hizo, que tan obligada era, y que tantos recuerdos nos dejó.
Pues una auténtica lástima. Incluso las cosas bien hechas no siempre salen bien, porque vivimos en esta tierra, al norte de los montes, donde la lluvia se empeña en aguarnos la fiesta, la noche blanca, y convertirla en negra. Pese a todo, algunos acabamos esa noche blanca en torno a un gin tonic y a música y poesía que se daban la mano, en la calle Paraíso. Con algunas cosas no pudo la lluvia. Y con las que pudo, volverán el año próximo.
Quizá, además de las Pelayas, tengamos que contar con las Clarisas y llevarles dos docenas de huevos. Será superstición, pero nada sobra.