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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

LOS TIEMPOS DUROS

 

LOS TIEMPOS DUROS

 

            El pasado sábado, como conocen, tuvo lugar en Bilbao una manifestación a la que asistieron más de setenta y cinco mil personas, número nada desdeñable, pidiendo al Gobierno de España acabar con la dispersión de presos etarras. La marcha discurrió en la normalidad, dicen, si normalidad es que se griten vivas a ETA y se pidan aplausos para los presos. Pues nada, normalidad. Casi 80.000 ciudadanos que piden que las familias de los asesinos no tengan que hacer muchos kilómetros para ver en prisión a los criminales, que es muy incómodo lo del coche, ya saben.

            Ese mismo día a esa misma hora, éste que les escribe compartía mesa, buenas viandas y mejores vinos (mientras nos dejen los de PODEMOS, porque luego seguro que es un vicio burgués de la casta que no entrará en las cartillas de racionamiento que nos dispensarán para igualarnos a todos, por supuesto, en la miseria) en una finca ovetense, con alguien que vivió los años duros en el país vasco. No importa su nombre, él mismo lo dice, porque fue uno más, uno de tantos héroes anónimos que no se siente así, y que ahora, que se ha logrado vencer la guerra de las pistolas, cree que aún queda por ganar la guerra de la palabra y la idea, que dice que es más difícil.

            Alguien que te cuenta entre alubias y bonito que recuerda cómo se bajó de un avión un día y le llamó el Secretario de Estado de Seguridad, a quien no conocía personalmente, y le dijo que cogiese con su familia ese mismo avión del que se había bajado pero en dirección inversa, y que una semana después vio en el periódico la lista incautada a los terroristas, donde su nombre estaba en el podio de los asesinos.

            El mismo que toma un vino a tu lado y te narra cómo una mañana tomaba algo con unos amigos, mientras sus hijos jugaban delante de un bar y un joven se le acercó y le hizo un símbolo de una pistola que accionó en su frente, informándole de que era el siguiente. Era el hijo de alguien que había sido su compañero de pupitre en la escuela. Y cómo eso luego hay que novelarlo para contarlo a su hijo de cinco años.

            Y, sin darse importancia alguna, porque cuando las guerras se acaban no hay que mirar a los héroes, sino lo que ha de venir, mientras el sol baña el Aramo y nos tomamos un café aprovechando los últimos tibios rayos de enero, me dice cómo vivió diez años mirando hacia atrás, hasta que un día decidió que no merecía la pena, porque vio morir a tantos amigos, y recogió tantos cadáveres de otros que, todos los días, miraban hacia atrás, que asumió que si querían le iban a matar. Y que si no estaba muerto ya era porque Dios o la Fortuna se habían apiadado de él o el que guiaba a los asesinos le había olvidado, afortunadamente.

            Así que no dejaba de sorprenderme que mirase de soslayo el canal 24 horas donde se veía a 80. 000 ciudadanos de su Bilbao, pidiendo que a los asesinos se los lleve a las cárceles vascas, y no emitiese un solo calificativo peyorativo. Simplemente sonreía, de vez en cuando, con la amargura de saber que la guerra se ha ganado, pero que ha costado tanto, que acaso nunca merecerá la pena.

            Cuando el sol se fue, y la tarde ovetense comenzó a recordarnos que era enero, nos levantamos y le di un abrazo.

            Había 80.000 en Bilbao exigiendo a gritos que los criminales estuvieran cerca. En Oviedo, en aquella finca, estaba él, y valía más que los 80.000 juntos.

           

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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