LA “PASARELA” DE ÁNGELES CASO
Como saben ustedes, esta semana hemos sabido que la escritora Ángeles Caso ha decidido integrarse en la candidatura de “Somos Oviedo”, la marca electoral de “Podemos”. Podría yo ganarme algún amigo dedicando unas líneas llenas de jabón y lisonja a la decisión de Dª Ángeles, como he visto en muchos sitios, e incluso en estas mismas páginas. Respeto tanto las opiniones como discrepo de ellas. Pero a mí me puede la opinión contraria, y el día que cambie mi opinión por darle jabón a un personaje público, ese día habré perdido ante ustedes mi verdadera libertad, y será mejor que me quede en mi casa y no contamine estas páginas que me acogen hace ya cuatro años.
Insisto en que sería lo fácil adular a una asturiana como yo, escritora – mucho mejor que yo – y que decide saltar a la política en un momento de su vida, como yo mismo he hecho y haré sin duda en el futuro. Pero no. El modo, las formas, y lo que oigo no me gusta, me parece falsario y cómodo y, como tal, lo repruebo.
Dice Dª Ángeles que viene a la política porque hay que sacar la ciudad adelante; que irá en un puesto alejado de la lista, y que su objetivo es aportar ideas y debate. Que no se ve ejerciendo ningún cargo público, pero que era imprescindible su concurso en un momento como el que vivimos.
Me temo que el momento que vivimos es muy malo, pero ha sido mucho peor, y no he visto a nadie venir a arrimar el hombro. Criticar y maldecir, mucho, pero apoyar o preguntar si se puede hacer algo, muy pocos. Dice que hay que sacar la ciudad adelante, como si los que llevamos una vida en esta ciudad, hemos luchado por ella, y lo seguimos haciendo, apostando por tener aquí nuestras empresas, pudiendo irnos a Perú, no hayamos hecho nada. No necesitamos Mesías ni salvadores, sobre todo cuando llegan tan tarde.
Y dice que viene a aportar ideas y debate. De eso ya tenemos “a bondo” que se dice en asturiano. Eso se hace en el chigre, en política se trabaja. Pero, claro, no quiere un puesto de salida en la lista, no vaya a ser que toque.
Si uno cree en lo que hace, da un paso al frente, y va en el número 2. Si uno cree que puede cambiar algo, no hace conversación de chigre, hace política real, que es la de sentarse en un despacho, escuchar a los ciudadanos y tomar decisiones difíciles, que gustan o no gustan. Si uno cree en lo que quiere hacer y en el partido que le ampara, aguanta salir en los periódicos criticado por aquellos a los que no contenta, que suelen ser tantos como los adeptos.
Esto es hacer política. Una tarea muy desagradable que lleva muchas horas, mucho esfuerzo personal, quita horas a la familia y a los hobbies y que desgasta a cualquiera. Hay que estar muy loco para formar parte de ese mundo, o hay que seguir creyendo que la política es “el arte de lo posible”. Que uno puede hacer algo de verdad, en su pequeña tarea, para que las vidas de sus vecinos sean mejores.
Pero si uno no cree en todo esto, sigue haciendo conversaciones de chigre sobre lo mal que está todo, lo pésimos que son los gestores, y lo mucho que queda por hacer. Si uno no tiene confianza en las siglas con las que concurre, se alberga en el grupo, se entretiene unos días, y se vuelve a su casa. Pero eso puede hacerlo cualquiera. Eso es muy sencillo. Eso no tiene riesgo. Eso, desgraciadamente, no cambia nada.
Entonces uno cree disponer de un “aura” especial que con su sola presencia conlleve el espíritu de debate (¿y las cosas por hacer? ¿ y la agenda diaria? ¿y las obras de un colector? ¿y el desagradable olor de unos baños rotos en un colegio de primaria?) y ayude a cambiar la ciudad (¿y todo lo que hemos hecho, entre todos?) para “sacar Oviedo adelante” (¿delante de quién o de qué?).
Escuché al líder de Podemos decir que quiere que “el miedo cambie de bando”. Quizá este hombre no comprendió que vivimos en un país en el que hace más de medio siglo que no hay bandos, y a mí quien me da miedo es él, que parece querer recuperarlos.
Pero respeto que alguien quiera sumarse a un proyecto que para mí es una locura, pero puede no serlo para otros. Pero hay que ser valiente. Esto no es una pasarela, es la vida real. La suya y la mía. La de una capital de provincia dañada por una crisis letal que lucha cada día para salir adelante. Aquí no vale venir “a que te vean”. Hay que remangarse y trabajar cada día, entre el barro y la lluvia.
Eso es la política real. Gestión de una empresa pública que es de todos. Lo demás quimeras, o charlas de bar.
Ya sé que no me granjeo amigos, pero el día que me calle, estaré más cerca de ser pez muerto, de esos que lleva la corriente, y no tendré nada que aportar a estas páginas. Seguro que hay muchos que me atizan.
Pero tengo la hipoteca pagada y no debo flores a ninguna dama. Esa es, acaso, mi pírrica y, al mismo tiempo, enorme libertad.