RUNNERS

            He pasado estos días de Semana Santa por la vieja Europa, confirmando que todo sigue en su sitio y que allí lo pasan como aquí, mal pero aguantando, y cada día un poquito mejor. Y con el sol de primavera parece que todo se ve ligeramente más abierto.

            Les he comentado alguna vez mi afición a correr, y estos días la he practicado por los rincones de Europa que he visitado. Con una importante precisión: yo no soy un runner, soy un tipo que corre, o que intenta aprender a correr. Que se siente bien, y que por eso lo hace. Pero no tengo retos conmigo mismo, no pretendo correr cada día más y vivo perfectamente sin correr unos días. Incluso lo agradezco.

            Pero sí es cierto que he descubierto que la afición de correr es de lo más difundido en el mundo y que los runners son iguales en toda Europa. Les había visto en Milán, y ahora les he visto en el País Vasco y en Francia. Todos iguales. En todo el mundo.

            El runner es un tipo activo y sano, que madruga para correr y poder dedicar el resto del día a su familia u obligaciones. Para que, cuando muchos se levantan, ya ha corrido una horita y ya se ha dado una ducha. Por eso, el jueves santo, en el paseo que cruza de Hondarribia a Hendaya, a las 8.30, no se caminaba. Por eso, el sábado santo, a las 8.45, en el paseo marítimo de la Bahía de Arcachón, en Le Lande, parecían más las 20.45, porque el sol iluminaba a todos los que madrugábamos corriendo y atestábamos la ruta.

            El runner es educado, y da los buenos días a aquellos con los que se cruza, eso sí, si la reserva de oxígeno se lo permite. Es, al mismo tiempo, un tipo solidario. El sábado, una chica se cayó delante de mí, y varios runners, de los que no detienen su ritmo ni si les llaman por teléfono para comunicarles el fallecimiento de un familiar de primer grado, se detuvieron inmediatamente a ayudarla. Uno de ellos incluso se quitó su chaqueta y se la puso, porque al pararse por haberse caído “la chica se iba a quedar fría”.

            Son chicos y chicas cortados por el mismo patrón, que disfrutan conociendo ciudades al ritmo que marcan sus deportivas. Son de todas las edades y condiciones, porque correr es barato y sencillo. Y te los puedes encontrar un domingo por la mañana en la calle posterior al Duomo de Milán, tras la catedral de Burdeos, o en el Tránsito de Santa Bárbara en Oviedo. Son discretos y rápidos. Suelen ir conectados a su música y su paso es veloz y ecológico.

            Creo que poco más se les puede pedir. Simplemente hay que respetarles y entender que antes se decía que una ciudad se la conocía andando, y yo ahora les digo que he conocido alguna corriendo y que es una gran experiencia. A su ritmo, sin batir récords mundiales, pero recorrerse un casco antiguo a primera hora, con unos playeros y una gorra, cuando no han llegado los japoneses a hacer fotos, puede convertirse en un lujo.

            No hace falta subir al Naranco ni al Monte Igueldo en San Sebastián. Hace falta un paseo marítimo en primavera, un calzado cómodo y las ganas de respirar el amanecer o el atardecer. O la fría noche tras un día de trabajo, donde uno se encuentra con todo lo que le ha pasado por delante sin haber podido pensar en ello.

            Murakami, el eterno aspirante al Nobel, escribió una novela, “De qué hablo cuando hablo de correr”, en la que explica que esos momentos en que uno piensa ya se han convertido en un lujo. Aquella “soledad del corredor de fondo”, de Sillitoe, ahora es un momento de silencio al que no llega la tecnología. Un placer, oigan, no se lo pierdan.