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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

CUANTO EL VOTO SE CONVIERTE EN UNA AVENTURA

CUANDO EL VOTO SE CONVIERTE EN UNA AVENTURA

 

            Hoy es jornada de reflexión. Hoy todos pensaremos a quién vamos a votar. A quien van a votar ustedes, porque yo ya lo he hecho, como les narraré a continuación. La ley orgánica de Régimen Electoral General nos prohíbe hoy hablar de casi todo, así que bueno, no vamos a retarles, pero tampoco vamos a dejar de hablar de lo que estimemos, porque quizá la Junta Electoral debería haber tomado medidas esta semana, en lugar de leer a humildes cronistas sabatinos a ver si decimos algo que no debemos.

            El caso es que lo que sí se puede decir es que voten mañana, que es la fiesta de la democracia, y que callarse nunca fue bueno, porque para protestar luego, tenemos que hacer mañana el esfuerzo de votar a los que les convencen.

            Cuando lean estas líneas, escritas en la noche del viernes, este humilde cronista estará camino de Sanxenxo, donde pasaré los días que nos regala el puente del martes de campo en esta Benemérita ciudad. Por eso, y dado que creo que hay que votar, lo he hecho por correo, pero de milagro.    

            Pedí el voto por correo en el plazo legalmente establecido, entre el 4 y el 17 de mayo, y no crean que apuré el término. Tenían que enviármelo entre el 17 y el 21, plazo máximo para poder ejercitarlo. El caso es que el 18 empecé a preocuparme, el 19 me puse azul y el 20 entendí que la situación era complicada.

                Ese día 20, quedándome una fecha – como dicen los argentinos,- para poder votar, acudí a Correos a preguntar “cómo iba lo mío”. Una funcionaria me miró con desdén  y me dijo que efectivamente, había un retraso muy importante con el voto por correo, pero que no era culpa del servicio. Pregunté si acaso era culpa de los soldadores, de los que construyen viviendas o acaso de los pasteleros, lo que aumentó el desagrado de la funcionaria, que me invitó a presentar una reclamación ante la Junta electoral, y no bloquear la cola.

            El caso es que confié mi esperanza a que llegase el día 21 a primera hora, para poder acudir a Correos, hacer la cola pertinente, y votar en forma. Otra persona que vota en mi casa, mi mujer, lo recibió el día 18, mediante un cartero que llegó a casa a las 21 horas y se lo entregó en mano, sin novedad.

            El día 21 la mañana fue inquieta. Confié en que a medio día me visitaría el cartero, como antaño esperabas una postal de aquella chica que te gustaba. El asunto es que, a medio día, al llegar a mi casa, había un aviso de entrega de Correos que me decía que habían ido y no estaba (qué raro, estaba trabajando, quizá nadie se imagina que para poder comer en este país hay que trabajar). Como todo envío certificado, Correos me informaba que tenía 15 días para recogerlo (qué tontería) , eso sí, DESDE EL DÍA SIGUIENTE A SU ENTREGA.

            Curiosa papeleta. Resulta que tenía que recoger mi voto por correo en la oficina central a partir del día 22, fecha en la que ya no podría votar. Con una menestra de verduras a la trágala, me dirigí a la oficina central de Correos en Oviedo, con la esperanza de no encontrar a la funcionaria de dos días antes. Dicho y hecho. Cogí mi número y la ruleta de la suerte hizo que la mesa de esa señora iluminase mi número.

            Le expliqué la situación. No hizo intención alguna de comprenderme. Jueves, 16 horas de la tarde, la oficina llena y un tipo de corbata que porfía porque alguien busque su voto. Me dijo que como los carteros devuelven al día siguiente, que no podía hacer nada por mí, que significaría buscar en las sacas de todos ellos el correo para el día siguiente. Le ofrecí la posibilidad de volver más tarde, acaso a última hora, para poder recoger el voto. Que si quieres arroz, Catalina. Que de eso nada. Que mala suerte. Que para otras elecciones será.

            Soy hombre de carácter pausado hasta que la pausa me la quita la bilis. Invitado nuevamente a abandonar la cola, indiqué a la funcionaria, que, conforme me permite la legislación, le exigía su identificación para presentar una queja contra ella como funcionaria pública, por no auxiliarme en mi petición, y a fin de poder identificarla en la solicitud que dirigiría a la Junta Electoral. “Será a Correos a quien denuncie, me dijo”. “A usted, le respondí. Consulte la ley e identifíquese por favor”.

            Como el debate subía de tono, un compañero nos auxilió. Se ofreció a buscar el sobre. Le ofrecí a retirarme y esperar un poco. Incluso a volver más tarde. Me fui de la oficina. Apenas 15 minutos después, el funcionario me llamó. Recogí mi voto y ya me había cubierto incluso el certificado para enviarlo. Operación rápida y limpia, apenas 6 minutos.

            ¿Tan difícil es hacer las cosas bien a la primera? ¿No suponemos que los trabajadores públicos son empleados de todos?

            ¿Es necesario vivir una aventura para poder votar?

            Señores de la Junta Electoral, cuidemos más cosas importantes como ésta y dejemos la jornada de reflexión tranquila, que ya sabemos hace decenios lo que podemos decir. Creemos en la democracia, pero nos gusta ejercer nuestro derecho.  Y ustedes son los garantes.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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