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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

Y MI SANGRE SALE AZUL …

Y MI SANGRE SALE AZUL …

 

            Uno creció en la Tenderina y pataleó un balón sobre un campo de arena. Jugó al fútbol en campos embarrados y regados por la lluvia asturiana.

            Uno aprendió cuatro toques y se miró siempre en el espejo de unos tipos que jugaban en Buenavista, donde íbamos domingos de frío y lluvia y sol inclemente en primavera, bajo una gorra de Cajastur. Muchos domingos en los que empezamos a mamar una pasión que nunca pudimos dejar. A mí me llevaba un amigo de mis padres, que había vivido en Olloniego y me contaba cómo venían al Tartiere, de niños, andando por la Manzaneda. Tres horas para llegar, dos de fútbol y tres para volver.

            Uno creció en ese sentimiento y comenzó a conocer España de la mano de un equipo de fútbol. Desde Bilbao a Coruña, desde Madrid a Sevilla, desde Barcelona hasta Valladolid. Desde una gélida noche de noviembre en que dormimos en la Catedral de Burgos, porque teníamos 17 años y dinero para el viaje y la entrada, pero no para el hotel. Uno vivió tardes de gloria en Logroño. Uno se desilusionó en Santander. Uno aprendió a ganar y perder. Pero aprendió a amar, sobre todo, porque amar es ganar y perder.

            Uno cogió un autobús a Génova, Italia, para ver este equipo en la UEFA. Y atravesamos Europa con ilusión y volvimos llorando cuando nos eliminaron en el minuto 93.

            Uno, un tipo humilde, disfrutó tardes de gloria con un equipo humilde que jugaba al fútbol y se paseaba por España, con medios centros yugoslavos que daban mimos al balón como nadie lo hacía.

            Pero uno también falló. Tras muchos años amando incondicionalmente, uno dejó de creer. Acaso por creer a quien nos decía que había otros dioses, otros ídolos, unos nuevos becerros de oro a los que había que seguir, y confiamos. Y erramos. Y nos arrepentimos. Porque nos engañaron, pero nuestro corazón seguía sufriendo, en silencio, porque aquello lo teníamos dentro. El bicho no se va porque le digas que ha de irse.

            Y volvimos. Cautos y firmes. Y un día comenzamos a volver a aquella grada donde crecimos entre amigos y bolsas de pipas. Y el bicho creció de nuevo en nuestro interior. Y enseñamos a nuestros hijos los cánticos que sabíamos hace veinte años, y que habíamos contado y cantado por toda España. Sacamos nuestras camisetas del armario donde guardábamos los sueños y nos dijimos que teníamos derecho a soñar otra vez.

            Y nos dimos cuenta que seguíamos enamorados de todo aquello. Que amábamos esa camiseta y esos colores. Que no la olvidamos como nunca olvidamos los ojos de aquella muchacha.     

            Y en un año, en solo un año, todo en lo que creíamos comenzó a crecer de nuevo. Y las tardes de invierno volvieron a ser momentos para el Tartiere.

            Y la semana pasada, acaso por esos caprichos de la vida, volvimos a ver aquel terruño de la Tenderina donde, una tarde de mayo, estrenamos nuestra camiseta del Real Oviedo para jugar con amigos, que la miraban ansiosos.

            Y otra tarde de mayo, la de este domingo, volvimos a vibrar. Una tarde de junio creímos que podíamos. Una tarde de junio sufrimos la hora y media más bonita de nuestro pasado reciente.

            Una tarde de junio lloramos. De inmensa alegría. Porque el bicho nos ha devorado de nuevo, y estamos orgullosos de tener la sangre azul.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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