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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

ERRÓNEA POLÍTICA EMPRESARIAL

ERRÓNEA POLÍTICA EMPRESARIAL

 

            La mayor empresa de la Historia de la Humanidad, y la más efectiva, es la Iglesia Católica. Ha logrado perpetuarse 2000 años, pasar épocas de esplendor y de premura, no modificar sus reglas, y seguir sobreviviendo. No concilia la vida familiar y laboral, no está sometida a convenios colectivos y aún hay trabajadores que quieren ser dados de alta en su régimen. Y cuando necesita un aumento de capital societario, acude a los feligreses, que gustosos ponen sus dineros a su servicio. No sé cómo se hace, pero sencillamente magistral.

            La banca, acaso la otra gran empresa imperecedera, hace unos años, cuando un trabajador o un director de oficina funcionaba bien, decidía cambiarle de sitio. Le dejaban que llegase, se asentase, y en dos años, a otra provincia, lejos de los clientes que había conocido y de su familia. Decían los que gobernaban el ramo que no era buena demasiada familiaridad con los clientes y que, en cuanto a lo de las familias, era mejor estar lejos, porque trabajaban más. Años después, tras haber engañado a muchos con preferentes y demás productos tóxicos, tuvieron que cambiarles a la fuerza, porque les apedreaban la oficina los estafados.

            La iglesia católica ha debido tomar las malas costumbres de la banca. Lo de llevar a un sitio a un sacerdote y, en cuanto logra asentarse, llevárselo a otro lado. Hemos visto en esta Asturias, no sobrada de feligreses, quejas y manifestaciones en Turón, Mieres, Gijón y Avilés contra el traslado forzoso de sus párrocos a otros lugares. Ninguna repercusión han tenido. A los feligreses no se les escucha.

            La misma situación se da ahora con los párrocos de San Lázaro en Oviedo. Diego y Antonio, dos chavales, llegaron a una parroquia sumida en las costumbres de un cura dedicado, pero nonagenario, que había cubierto todo del gris marengo que la edad trae de serie. En apenas dos años lograron llenar la iglesia de chavales jóvenes, que la gente se lo pasara bien, que se ilusionara. Que fuese a misa no con cara de pedir que durase media hora, por Dios, sino a escuchar a alguien que tenía algo que contar. Ilusionó a sus catequistas, avanzó en el barrio. Hicieron que la iglesia volviera a ser un punto de referencia.

            Como en la banca, ahora que se conoce a los clientes, el empleador – que es el Arzobispo – sin motivo alguno, ahora se lleva a los sacerdotes, que compatibilizaban su labor con la llevanza del Seminario Metropolitano. De nada valdrá que los fieles se manifiesten, que le escriban cartas, que vayan a la prensa. De nada valdrán estas líneas. Los muros del Palacio Episcopal son lo suficientemente gruesos para que se pueda dormir a pierna suelta sin oír al pueblo, que para eso están construidos hace siglos.

            El problema es que el mundo no es el de hace siglos, y la iglesia tampoco. La Iglesia del día de hoy la gobierna un tipo al que apodan de loco, pero que ha hecho más por ella que toda la recua oculta tras los muros del Vaticano en siglos. Por eso corre peligro su vida, porque está diciendo a sus propias autoridades que se deben a los demás, que eso era lo que juraron cuando se hicieron curas. Que no quiere grandes muros que impidan escuchar a los vecinos de Turón, de Gijón, de Mieres, a los de la parroquia de los Santos Apóstoles a los que ninguneó el año pasado, o a los vecinos de San Lázaro, que son su grey, no lo olvide.

            Por eso todo dará igual. El cura que hace bien las cosas, como el director bancario que trabajaba bien, es apartado de su casa y su familia.

            Hoy en día la banca es la institución más desprestigiada por los ciudadanos. Como los muros del Arzobispado sigan siendo gruesos para escuchar a la gente, corremos el riesgo de que la Iglesia entre en ese selecto grupo.

            O corren el riesgo, aún peor, de que alguien llegue arriba, muy arriba, y cuente lo que ocurre en esta región, donde no se escucha, donde se cerró Valdedios con una oscuridad que aún alguien tendrá que aclarar, y donde los barrios se quedan sin cura porque lo decide alguien que nunca ha pisado esa iglesia. Quizá sea porque no le gusta el maravilloso y estruendoso ruido que hacen los críos gritando cada domingo a la entrada de misa. Pero quizá alguien les explique algún día que eso es lo que pensó el que creó esto que llaman Iglesia, hace más de dos mil años.

            Roma está cerca. Y este Papa, el que creen que está loco, tiene la mala costumbre de recibir y escuchar a la gente. Sus muros son de papel. Quizá porque sabe cuál es su cometido.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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