TEATRO PAUSA. LA SUPERVIVENCIA CULTURAL EN TIEMPOS DEL CÓLERA.
Hace un quinquenio, un tipo que tiene teatro en las venas, y que lleva cuarenta años creyendo en los escenarios, Javier Villanueva, se propuso crear un espacio cultural en el lugar acaso menos propicio para ello: la explanada de la vieja mina de Solvay en Lieres. Allí, donde todo lo que uno ve son restos de otros tiempos, abandono, destrozos, óxido y restos de algo que fue, se propuso que, al menos un par de días al año, cuando empieza agosto, el teatro fuera el protagonista.
Movilizó a algunos, a muchos, y logró que otros le dieran algo de dinero para montar un escenario y una carpa. Y siguió creyendo. Confiando. Luchando. Y la iniciativa salió adelante. Al año siguiente, cuando todo debía ser más fácil, el cólera de la crisis económica azotaba más intensamente, dejando cadáveres por todos los sitios, especialmente muertos culturales.
Pero creer es hacer esas cosas, y 2012 tuvo espectáculo. Y 2013 y 2014 también. El escenario tuvo que ser más humilde, la carpa más pequeña, el atrezzo acaso mínimo, y los actores se pusieron sus propias ropas. Cuando llegó 2015, cuando las autoridades sanitarias decían que el cólera dejaba de matar un moderno Florentino Ariza tuvo más dificultades que nunca para sacar adelante la función. Pero seguía enamorado de su particular Fermina Daza, que era el teatro asturiano. Y creyó, durante toda su vida creyó.
El pasado fin de semana, teatro Pausa, dirigida por Javier Villanueva, estrenó, como cada año, una obra en la explanada de Solvay: la mina. El escenario era humilde, no había carpa y el frío de la noche asturiana pelaba. Los actores vendían papeletas de navidad o una rifa para un par de libros. Pero todo el mundo compraba, todo el mundo sonreía, todo el mundo creía en ellos, orillando al cólera cultural a un recodo donde ya no podrá matar, de la mano de su amigo el IVA.
La cara de Javier Villanueva reflejaba el cansancio de la lucha de muchos años. Pero sus ojos eran los mismos que cuando yo le veía dirigir teatro en los Dominicos en los años 80, enseñando pasión por las tablas, los personajes, el argumento. Haciendo a Buero Vallejo un personaje actual. Riendo con Moratín, compartiendo el teatro clásico con estudiantes que, al principio no entendían, pero al final eran una parte más del cordón sanitario contra el cólera cultural.
Dicen que la primera obra de teatro que se interpretó en la Historia fue en Grecia, en un escenario humilde, donde la gente se sentaba en piedras, en improvisados bancos, bajo el cielo raso. El sábado, en la explanada de Solvay, vimos teatro clásico en medios, teatro asturiano en la forma, pasión cultural en el fondo.
Mientras haya tipos que sigan creyendo que se puede luchar contra la enfermedad cultural, y otros que se pongan a sus órdenes para interpretar sus textos con fervor, seguiremos manteniendo la mecha que se encendió hace 22 siglos. Y no habrá cólera que pueda con nosotros.
En la escena final de la obra de García Márquez, antes de morir, Florentino Ariza besa a Fermina Daza, no lo olvidemos. Porque su vida fue perseguirla. Y el tesón es más fuerte que la enfermedad.