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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

SOGRANDIO (Y 1)

SOGRANDIO (Y 1)

 

            Titulo hoy esta columna “y 1” porque me temo que vamos a tener que hablar mucho de Sograndio y me temo que siempre con noticias no muy amables.

            Conozco a los menores porque les veo en el Parque de Invierno, porque allí hago running hace años. Allí campan a sus anchas críos de 15 o 16 años que ríen, beben, gritan y pueden meterte una navajada porque a su colega le apetece reírse un poco. Hace algunos inviernos, una noche de noviembre, mientras corría tras haber trabajado diez horas, a un grupo de indeseables que no tenían otra ocupación que meterse con la gente, les entré por mal ojo. Aquella noche salió bien, un arrojo desconocido en mí me llevó a enfrentarme a ellos y salir victorioso, pues quizá temieron que hubiera un tipo aún más desequilibrado que ellos capaz de pegarse con ocho jóvenes. Si bien siempre he respetado la frase de Robbie Williams en “El club de los poetas muertos”, cuando decía a uno de sus alumnos que “hay un momento para el valor y uno para la prudencia, y el hombre inteligente los distingue”, aquella noche tuve suerte. Me consta que otros no. Y han perdido su teléfono móvil, su cartera su bolso, y, en ocasiones, se han llevado unos gratuitos e inmerecidos golpes.

            Los menores que comienzan en el centro del parque de invierno con carácter temporal, les conocí hace años cuando realizaba labores de asistencia jurídica gratuita. Sus expedientes llegaban al juzgado de menores y eran aterradores: quince años, ocho delitos, doce años, catorce detenciones. Familia desestructurada o inexistente. Odio en la mirada. Nada dejaban atrás. El mundo no les importaba. Lo iban a tomar por las buenas o las malas.

            Yo abandoné el turno de oficio hace años, pero me dio tiempo a conocerles en el ingreso temporal del parque de invierno, pasar luego por Sograndio, y la mayoría, acabar en el siguiente destino era Villabona.

            Sograndio es un centro de menores masificado e ineficaz. El Principado de Asturias ha sido incapaz de manejarlo nunca, y periódicamente, como la pasada semana, nos asaltan noticias de los desórdenes y la mala planificación. Un interno realiza un intento de suicidio y tres horas después es trasladado a la carpintería, donde hay útiles para matarse a sí mismo y a dos o tres que estén a su alrededor.

            En Sograndio ha habido peleas, más internos de los que se debía, funcionarios desganados que ven como nadie les cuida y cada mañana han de enfrentarse a la misma falta de seguridad y al mismo trabajo que sus vigilados les desagradecen siempre que tienen oportunidad. Trabajar 24 horas al día entre enemigos ha de ser para un cuerpo muy preparado.

            Sograndio es el ejemplo de que el sistema penitenciario español no es educativa ni pretende la reinserción, sino punitivo puro. Quizá lo merezcan algunos, acaso todos, no lo dudo, pero no podemos decir que hacemos una cosa y practicar otra. Si los que están allí son delincuentes, tratémosles como tales por mucho que tengan 16 años.

            Pero si creemos que aún podemos salvarles, y educarles, alejarles del lumpen y del delito, debemos asumir que lo que estamos haciendo en Sograndio es lo contrario de eso. Si quien allí entra piensa en suicidarse, con una vida en plenitud por delante, algo estamos haciendo mal.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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