NAVIDAD OVETENSE
Hace tiempo que comentamos en estas mismas páginas la ingente y positiva actividad de la asociación denominada “¿Quién dice que en Oviedo no hay nada?” que ha movilizado a la denominada sociedad civil contra lo que consideraban inactividad institucional en la ciudad. Nació, ya saben ustedes, en tiempos de gobierno del PP y sin duda creían que, al cambiar el gobierno municipal, todo iba a mutar como de la noche al día.
El caso es que yo paso el inicio de la Navidad en Oviedo, y me veo con ganas de organizar una asociación. He visto el Belén de Trascorrales y se me han caído las pistolas. Es una cuarta parte del que, hace ya muchos años, adornaba la Plaza de la Catedral, donde el solitario árbol languidece sin padre, ni madre, ni perrito que le ladre, y sin adornos más allá de cuatro colgantes que acaso lloran de verse solos.
Se nos había prometido una pista de hielo que quitaba el sentido y resulta que la Plaza Porlier sigue tan ermitaña como el resto del año. El comercio, desestimulado por la nula actividad programada, ni siquiera abre en festivos. En cualquier ciudad del mundo, diciembre es el mes de comercio, donde uno va a visitar y se lleva algo de esa tierra. En la nuestra, dan ganas de marcharse a traerse cosas de otros lugares, porque aquí, como decía la asociación en otros tiempos, realmente no hay nada.
Espero que haya cabalgata, pero porque ya debía estar programada, pues, en caso contrario, quizá se arguyan inconvenientes de última hora, y ya ni eso. Mientras tanto, el pasado fin de semana, en Madrid, la ocupación hotelera era del 97 %, los comercios tenían colas a la puerta y, a las 7 de la tarde del domingo, no se podía caminar por el centro. En Oviedo tampoco, pero porque daba miedo la soledad y que a uno le atracaran – que eso también está volviendo – pero nos reservamos para otro día, si les parece, que merece una consideración especial.
El caso es que quien programa esta aséptica Navidad, no tiene menores cerca, y le importan un pimiento los de los demás. Quizá quiere que se pasen las tardes en Parque Principado (perdón Intu Asturias, que la costumbre, ya saben …) aunque esté en otro término municipal. O quizá no le importe que nos vayamos a Gijón, como tampoco les importaba, decían, que los Premios Princesa de Asturias se trasladaran a la costa.
En Gijón, a escasos treinta kilómetros, hay pista de hielo y toboganes helados para los críos. Hay árbol y Belén, habrá cabalgata, y hay carruseles en las calles. A su lado, comerciantes de temporada venden sus productos. Y comerciantes de todo el año, animados a abrir sus negocios porque la gente está en la calle. Y un mercado navideño de verdad, no esos pobres a los que han encapsulado en la Plaza la Escandalera, sede de tantas desmesuras allá por el pasado octubre.
Allí hay una Navidad de verdad, y aquí tenemos lo que nos toca. Este año ni lotería ni ambiente navideño, y ni siquiera con la disculpa del ahorro.
Cuando no se busca ni una disculpa para sumir a la ciudad en la oscuridad y el marasmo, uno debe comenzar a preocuparse.