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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

FURIA CANTÁBRICA

FURIA CANTÁBRICA

 

            Dice mi padre, que ya ha enterrado a sus padres y algunos amigos, que está preparado para todo en este mundo, menos para enterrar a un hijo. Que eso es algo para lo que nadie puede estar capacitado y que él, al menos, considera que no podría soportarlo.  

            Ese mismo padre, que es el mío, al que me he referido en el párrafo anterior, que también es abuelo, dice que no desea por nada del mundo que le pase nada a sus nietas, pero que, en todo caso, que no les pase nada mientras están con él. Pese a que yo porfío en que es indiferente, si algo malo hubiera de ocurrir, que pase con uno o con otro, él siempre me responde: “vale, vale, pero que no sea cuando están conmigo”.

            Recordaba vívidamente estas palabras cuando esta semana vivimos la tragedia de la playa de Frejulfe. El temporal del mar Cantábrico, que ya el pasado fin de semana pude ver en directo mientras azotaba el pequeño puerto de Viavelez, se recrudeció en estos días para azotar la costa asturiana. Y, en ese espectáculo gratuito que nos cautiva, cometemos la imprudencia de acercarnos donde no debemos. Y, en esa feroz inquisición de la novedad marina, un bebé de veinte meses perdió la vida arrastrado por una ola que lo arrancó de los brazos de su abuelo. Mientras su padre se tiró en dos ocasiones a la mar a intentar recuperarlo, ya era tarde. La mar feroz, la que vamos arrinconando, a la que le construimos diques y puertos, la que reducimos en los golfos, se lleva la vida de un infante, como aquella enorme ofrenda que nos contaban los cuentos de brujas o que, aún hoy, son trama literaria como la trilogía de Baztán, de la navarra Dolores Redondo, cuya lectura les recomiendo con pasión.

            El caso es que todos los años los puertos se destrozan, y la mar sale de los lugares donde la encapsulamos forzadamente. Son acaso dos o tres días, como mucho una semana, en la que nos recuerda que podemos seguir construyendo diques, pero que su fuerza es cien veces superior a todos nuestros frenos. Que podemos echar miles de piedras en el Musel, y pagarlas cien veces a la constructora, pero si ella quiere, una mañana, el agua volverá a entrar al centro de Gijón.

            Porque el mar no tiene puertas, como el cielo y como el aire. Y aunque hayamos logrado mesurarla, los animales salvajes nunca se dominan. El tigre que mama del biberón en la tierna foto que vemos en Facebook será el mismo que mate a su dueño si se siente amenazado, o si tiene hambre. El animal es irreductible. La mar es incontrolable. Y no espera a que se hagan sus fotos con el Samsung o el Iphone.

            He pensado mucho en ese abuelo, se lo juro, y supongo que su desolación no tiene parangón. Ese mar egoísta, cumpliendo la venganza de cada vez que le arrinconamos, ni siquiera les ha devuelto el cadáver y no parece tener intención de hacerlo.

            Si nos sirve para que no vuelva a ocurrir, ese pequeño tendrá nuestra memoria perpetua.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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