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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

HUBO UNA TARDE …

 

HUBO UNA TARDE …

 

 

            Hubo una tarde de primavera en que no lucía el sol, pero eso no es una novedad en esta tierra. Era una tarde abril, en la que Vetusta vivía con normalidad su trajín diario, su moderada actividad, su frenética mañana y su lánguida tarde. Pero el cielo se puso negro. Algo ardía en el corazón de la Benemérita. Una simple chispa, inicialmente inocua, y bajo control inmediato, decidió que iba a llevarse por delante muchas cosas, para demostrar que el hombre sigue siendo banal ante la fuerza de los fenómenos naturales, por mucho que provengan del descuido humano.

Hubo un montón de gente que miraba curiosa, y varios profesionales que les alejaban de algo que es un drama y no un espectáculo. Hubo sirenas, pero sobre todo, había humo. La ciudad olía a fuego presente.

Hubo llamadas y mails. Hubo redes sociales que enseñaban un edificio ardiendo. Había mucho movimiento, en la maligna tarde en que nos llamaba la atención lo desconocido. Como aquellos que miran el monte quemarse desde lejos y solo lloran cuando llega a sus casas, los ovetenses se arracimaban en el entorno de Uría.

Y hubo héroes. Profesionales de la extinción que acudieron raudos a salvar personas y contener cosas. De esos que nunca vemos, y que solamente sentimos cuando son necesarios. Porque sin ellos no sabríamos qué hacer.

Y fueron todos. Los que trabajaban y los que no. Porque el toque de corneta entre los bomberos es una llamada a la obligación y a la solidaridad, donde nadie se esconde, porque son conscientes de su labor, porque saben que ese es su momento, porque nos saben en sus manos.

Y allí apareció Eloy, al que no conocemos, pero recordaremos siempre. Estaba en su casa, descansando, pues no le tocaba trabajar, pero acudió al requerimiento que le efectuaron sin dudar un ápice y sin pensar si había alguna excusa para permanecer en el sillón. Y allí, entre el fuego atroz que nos impresiona cada vez que lo vemos, Eloy encontró la muerte.

La muerte vino vestida de derrumbe. Eloy regaba la parte superior del inmueble desde la cesta de la autoescala, pero la dañada estructura del tejado no aguantó y se vino abajo. Allí estaban dos héroes. Se llevó la vida de uno y dejó maltrecho al otro, que aún se recupera en el HUCA y que sin duda tiene hoy el alma negra de haber visto perecer a su compañero.

Después llegó el silencio. Y los llantos. Y los homenajes. Y las banderas a media asta y las medallas póstumas. Y el resto del incendio, controlado por los compañeros que apretaban los dientes de rabia y lloraban tras su casco para que no se viera que debajo de sus trajes ignífugos había unos tipos con un enorme corazón que tenían que seguir trabajando con un compañero muerto.

Después llegó todo eso, pero ya era tarde. En Pola de Siero quedó una viuda y dos niños que hoy sabe que su padre es un héroe, pero no podrán comer con él este fin de semana.

Hubo una tarde tan negra que nos llevó por delante muchas cosas.

Y nos dejó un frío en el alma que no serían capaces de quitar ni las enormes llamas de Uría 58.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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