¡ME AVERGÜENZO DE USTEDES!

            Señores jugadores del Real Oviedo:

He aguardado pacientemente a que acabase la temporada, a que ustedes la hicieran acabar, para dirigirme a ustedes como merecen. Una vez que con su indolencia y su egoísmo se han llevado por delante la ilusión de tanta gente, creo que ha llegado el momento de ajustar alguna cuenta. No podrán reprocharnos nada. Hasta el pasado domingo, hasta el último minuto, hasta el aliento final, creímos en ustedes, porque creíamos en nosotros. Ahora, que ya han incumplido de manera fragrante el contrato que suscribieron con un club, con una ciudad , y con su gente, toca que nos escuchen lo que llevamos tanto tiempo callando.

La gran mayoría de ustedes vienen de fuera. Y lo suyo es un trabajo. No conocen la ciudad, no saben lo que se ha sufrido con este equipo, no saben la importancia que, para quien se levanta un lunes a las 5 de la mañana para meterse debajo de un camión a reparar motores, se cuelga de un puente a soldar, o tiene que hacer números durante diez horas para cuadrar contabilidades, tiene el hecho de que el Oviedo haya ganado el domingo. Ustedes no lo conocen, y han demostrado que tampoco les importa.

Ustedes, los señoritos del balón, a quien esta ciudad venera como dioses, y no son sino el ejemplo de quien no merece nada, porque todo lo que tiene le es inane. Ustedes, capaces de quitarse de en medio a un entrenador que, callada y prudentemente, sin estridencias, con humildad, nos había sacado del pozo del fútbol aficionado y nos llevaba, sin pedir un solo minuto de gloria para sí mismo, camino de donde debe estar el Real Oviedo. Pero no, resulta que no. Que Sergio Egea exigía mucho y a los señoritos no les gustaba. Aquí, charlar mucho y correr poco, que cobrar vamos a cobrar igual. Ahora, lamentablemente para ustedes, pasarán a la historia de esta ciudad como los que merecieron la frase: “Entrenen, compitan y cállense la boca”.

Son ustedes de los que jamás conocerán el antiguo Tartiere, con niños de cinco años y zapatos rotos cuyos padres siguen pagando el abono al Oviedo. Incapaces de comprender al abuelo que, a la salida un domingo del campo, se muerde la lengua e intenta subir esas escaleras que le llevarán una hora, cuando acaba de verles hacer el ridículo ante cualquier club del tres al cuarto. No tendrán jamás en la cabeza ni en el cuerpo coger un autobús en Oviedo para viajar a Zaragoza y volver esa noche, habiendo apreciado a su equipo, el Oviedo de sus amores, caer una vez más y decir adiós a todos los sueños. Hubo una época, señoritos engominados, que los jóvenes de esta ciudad pirábamos clase en la facultad y nos íbamos a Génova en autobús, porque nuestro corazón estaba con el Oviedo. Hoy, ustedes, con su inactividad y su desidia, nos alejan de lo que más queremos.

Podría salvar puntualmente a alguno de ustedes, criado aquí y que ha demostrado – aunque no les hayan dejado – cierto amor a lo que significa este Club. Pero no me lo lleva el corazón. Ustedes les han subido en su barco sombrío, ese que han hundido mientras el capitán se emborrachaba con Ron y ustedes paseaban a las furcias por cubierta, y ahora, con ustedes, irán a pique porque nadie tuvo tiempo ni ganas para ver las enormes fugas que tenían en el casco.

Siento decírselo, pero me avergüenzo de ustedes. No serán nunca capaces de comprender todo el daño que han hecho a quienes creyeron en ustedes sin pedirles a cambio más que hicieran su trabajo, confiados en que hablaban con profesionales.

Solamente espero que se vayan de aquí. Que dejen de jugar con los sueños de la gente, habiéndose mostrado incapaces de sustentar más magia que la que les convenía para sus intereses y su comodidad. Ha terminado la temporada, por su culpa.

Ahora les toca intentar salir a esta ciudad y mirar a la gente a los ojos.

No creo que sepan hacerlo.