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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

EXÉGESIS DEL TATUAJE

EXÉGESIS DEL TATUAJE

 

            El pasado y tórrido domingo, mientras intentaba leer el suplemento de EL COMERCIO en una playa asturiana, me decidí a escribirles este artículo sobre el tatuaje que llevo tiempo rumiando. Fue, precisamente esta playa y los que la compartían conmigo los que me llevaron a dar mi opinión, acaso arriesgada, sobre esta moda actual que muchos ni conocen ni interpretan.

            Como saben, el tatuaje nació 2000 años antes de Cristo, en la cultura del Perú e incluso se dicen que los restos del “hombre de hielo”, que se han datado en 5000 años antes de Cristo, ya tenía tatuajes, aunque quizá puedan confundirse con incisiones terapéuticas.

            Lo que sí es seguro es que en el siglo X llegó a China y, como todo lo que llega a China, se propagó con la velocidad que se ha multiplicado su población, en el país y por el mundo. A partir de aquí, hemos visto las tribus tatuadas en Polinesia, las momias en Egipto, o los neonazis en Alemania este mismo verano.

            El tatuaje ha sido el símbolo de pertenencia a una tribu, a una familia, a una religión. Ser de algún sitio, de algún grupo, y contarlo orgulloso. O estar obligado en un lugar y que se lo tatúen, como ocurrió a los millones de judíos que pasaron por los campos de exterminio nazi.

            El tatuaje, en los años 80 y 90, se extendió por EEUU y Latinoamérica. En el primero, se convirtió en signo de sofisticación, en el continente sudamericano llegó a los barrios pobres, para insertarse en las maras, las bandas o directamente, las prisiones.

            Ahora el tatuaje, incluso en la evolucionada Europa, presume de arte y de situar a cada individuo de un modo “diferente” a los demás. Eso no cabe duda, ellos van dibujados y yo no. Pero el modo en que se hacen, el concepto que se dibujan, las palabras que contienen, dicen mucho de quien lo lleva.

            Solamente hemos de saber que entre el 90 y el 93 % de los que se hacen un tatuaje, deciden o intentan quitárselo en otro momento vital. Si ni tu pareja es ya para siempre, menos aún un dibujo o unas letras.

            El caso es que observando los cuerpos tatuados en la playa, veo tatuajes próximos a lo carcelario, Vírgenes llorosas, cruces, símbolos militares … y prefiero no decir nada sobre ello. Si fuera hace veinte años, diríamos que la heroína se está llevando a nuestros jóvenes. Un segundo grupo lo integran los dibujos de mariposas, corazones, o diversas formas o símbolos celtas o mayas, o de cualquier cultura milenaria.

            A partir de aquí, cómo no, las letras en chino, japonés, o cualquier idioma ininteligible. Si se te ocurre preguntar qué significa, te miran con cara como si hablasen con un analfabeto. ¿Cómo no sabes que flor, pájaro, flor y una cosa rara, significan larga vida al que lo porta? Parece mentira…

            Estoy seguro que si les hubieran tatuado “Vete al carajo” o “Soy débil mental”, lo lucirían con el mismo orgullo. Y es que la idiocia, lamentablemente, está muy extendida en nuestras playas.

            Tras las figuritas, las letras en chino o maya y las cosas raras, otro grupo lo ocupan los rostros. Y ahí puedes ver a un padre con una niña de quince años que, avergonzada, le acompaña mientras la lleva dibujada cuando tenía meses, o aquel otro hombre que aún en la espalda porta a la novia que tuvo, y que hace 15 años que no ve. Pero el láser para eliminarlo cuesta 300 eurazos…

            Entre lo mejor que he visto, para que no vean que mi visión es únicamente negativa, hace unos años, en Cerdeña, había una chica, muy bella por cierto (esto en Cerdeña no es extraño, lo extraño es lo contario) que, tenía una frase escrita desde el pecho hasta la zona del pubis, integrándose en éste: Ad Augusta per angusta. A la gloria por los lugares difíciles. Simplemente me encantó.

            Y mi última experiencia con los miembros del grupo de los tatuajes fue la pasada semana, antes de que prestara atención a los miles que nos acompañan en las costas. La cajera del supermercado tenía una frase en su antebrazo. Me esforcé en leerla y sonreí: “Que la vida iba en serio…” indicaba. Cuando fue mi turno le dije: Gil de Biedma. ¿Qué? Me respondió. El tatuaje, le indiqué, Jaime Gil de Biedma. Giró el antebrazo, se lo miró, y me volvió a decir “¿Qué?”.

            No porfié más. Pagué mi compra y me fui. Prometí entonces y prometo ahora antes ustedes que jamás me verán en la tribu de los tatuados.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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