EPISODIOS DE XENOFOBIA
Han conocido ustedes este verano, pues me consta su apego a la información diaria, el incidente acaecido en Francia con los llamados Burkinis. El Ayuntamiento de Cannes los prohíbe en las playas por considerarlos discriminatorios y ha tenido que venir el Consejo de Estado francés, una especie de Tribunal Supremo – allí parece que le respetan, no como en Cataluña – a decir que sí, que si una mujer quiere ir tapada completamente, que solamente se le vean los ojos, es su libertad y puede hacerlo. Yo no opino. No ha lugar a hacerlo cuando el más alto organismo francés lo ha hecho. Y es que, si opino, me pierdo …
Bueno, no hay que irse tan lejos para vivir esto del enfrentamiento entre culturas. Como saben sobradamente, después de 437 citas que llevamos ustedes y yo con esta que encaramos esta mañana sabatina, me gusta traer a estas páginas mordiscos de realidad, cosas de las que pasan en esta ciudad o región, que, como verán, también vive la divergencia de modo particular.
Esta semana un cliente de mi despacho alquilaba un piso de su propiedad. Los inquilinos eran dos encantadores paraguayos que prometieron por sus hijos que si bien no podían justificar ingresos, iban a pagar religiosamente la renta. El cliente se fio y lo alquiló. Firmó el contrato, entregó las llaves y dejó a los nuevos arrendatarios que tomaran posesión del mismo y arreglaran los trámites con las compañías suministradoras de agua y luz.
Me cuenta que, después de una hora aproximadamente de firmar el contrato, sus nuevos inquilinos le llamaron pues estaban en el Ayuntamiento correspondiente dándose de alta en el padrón y había un problema. Solícito, mi cliente se acercó hasta allí. La funcionaria le informó que iba a dar de alta a los inquilinos conforme al contrato pero tenía que darle de baja a él, que aún constaba empadronado en el inmueble.
Ningún obstáculo mostró mi cliente. La amable funcionaria le dijo que dónde se iba a empadronar y él indicó que entonces le cambiasen al domicilio de su pareja, con la que convive hace años. Entonces le indicaron que debía comparecer su pareja y justificar su título de propiedad sobre el inmueble. Afirmó entonces que era de sus padres (los de su pareja) y que dudaba que tuviese un título de propiedad más allá del préstamo de sus padres. Pidió unos minutos para llamarla y confirmarlo.
Mientras tanto, la misma funcionaria, a requerimiento de los ciudadanos paraguayos, conforme es su obligación, les informó de que disponían de una ayuda municipal por carecer de ingresos, y les puso en contacto con los servicios sociales, pues tenían un hijo menor y tenían derecho a una bonificación en el comedor, del 98 % y a una ayuda para los libros escolares.
Mi cliente volvió para confirmar a la funcionaria que su pareja no tenía título alguno, pues sus padres no consideraron necesario documentar una relación con su hija. En ese caso, nuestro protagonista no podría empadronarse allí. Tendrían que venir los padres de su pareja a permitirle empadronarse. Al alegar que estaban de vacaciones, la funcionaria le comunica que entonces su obligación es darle de baja en el padrón municipal y deberá cursar un alta nueva en su momento. En ese día, se convertía en un “apátrida” municipal.
Sus inquilinos preguntaron, del mismo modo, dónde debían acudir para solicitar un subsidio de 426 € que les habían indicado que existía. La funcionaria les dijo que se lo dirían en servicios sociales pero que, en todo caso, les apuntaba la dirección de la Seguridad Social para que pudieran hacerlo esa misma mañana.
Mi cliente, cansado, acalorado, incomprendido y sorprendido, acertó a decir entonces que parecía que tenían más facilidades los extranjeros para empadronarse y lograr, por lo que él había visto en ese corto espacio, cuatro subvenciones que él, ciudadano de esta región de toda la vida, al que acababan de “expulsar” del padrón.
Entonces la funcionaria se puso seria y le dijo que no “iba a tolerar episodios xenófobos en un lugar público”. Mi cliente, aún más sorprendido, se fue a su casa. A día de hoy, sigue sin empadronar en ninguna parte.
Quizá muchos confundan la xenofobia, que es el odio al diferente, con la estricta aplicación de la burocracia administrativa. Quizá el burkini sea una cosa y el padrón municipal otra.
Pero estas realidades nos demuestran lo lejos que estamos de entendernos algún día.