Hemos conocido en estos días que el gobierno de la superpotencia de referencia en el mundo espió llamadas y correos electrónicos de miles de ciudadanos. Que pidió información confidencial a periódicos y plataformas de Internet. Que vigiló movimientos y comunicaciones de americanos y extranjeros. Es decir, que hizo un espionaje de Estado a varios, a muchos, acaso a nosotros, si hubiésemos significado un peligro para la seguridad nacional.
A partir de ese momento, la tormenta. He leído crónicas de periódicos, editoriales, columnas, e incluso en estas mismas páginas que comparto, llamadas urgentes a la inmediata dimisión del presidente Obama. He escuchado tertulias de radio sobre el asunto, he visto debates televisivos eternos pidiendo medidas inmediatas …
Y, pudiendo estar de acuerdo en la forma, lo que me pregunto es si no lo sabíamos o queríamos hacer que lo ignorábamos. ¿Era desconocimiento, era voluntad de no querer conocer, o era simple bisoñez ?. Y una vez superado el primer obstáculo, ¿acaso es tan relevante?. ¿No sabemos que en el conflicto libertad – seguridad la segunda ganó a la primera hace decenios? ¿ Y que la ganó porque nosotros mismos quisimos que venciera el pulso, para dormir tranquilos cada noche?.
Sinceramente, nunca me importó que me quitaran los zapatos ni el cinturón cuando me subo a un avión. Me dio exactamente igual sacarme todo de los bolsillos cuando paso el “metal detector” de un edificio público. Considero normal tener que dar todos mis datos a un país al que llego, para que busque mi historial. A cambio de eso, me subo tranquilo al avión con mi familia, entro en un juzgado sin temor, llego a un país donde sé que existe control, al menos indiciario, sobre quién atraviesa sus fronteras.
Durante el tiempo que ocupé cargos públicos, viví agrios debates en el momento en que teníamos que contar nuestro patrimonio, desde la más grande mansión hasta el último céntimo en el banco. Y siempre lo consideré legítimo, tanto porque trabajamos para ciudadanos y merecen saber qué tienen sus representantes públicos y de dónde sale y porque, por otra parte, en la claridad no hace falta interpretación. Si uno no tiene nada que esconder, no tiene que tener obstáculo en la desnudez. O como siempre dice mi padre, no la hagas y no la temas. Así de sencillo. Así de difícil al mismo tiempo.
Así que en ese conflicto eterno entre lo que deben saber de nosotros y la finalidad que se le da, en dónde está el límite de la exposición del ciudadano y la vigilancia del Estado, en qué debemos contar y qué nos pueden mirar, hace mucho tiempo que optamos por saber, limitando acaso la libertad propia y ajena. Y si no lo sabíamos, es porque no queríamos saberlo. O porque la estulticia se ha apoderado de nuestro criterio, sinceramente.
A mí no me importa que me escuchen, ni que miren lo que tengo en el banco, ni si pago mi hipoteca y mis recibos. Tampoco me importa que comprueben si alguna banda terrorista o un narcotraficante me ha ingresado dinero en los últimos años. Y no solamente eso, sino que he agradecido el trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que, en los tiempos duros, se infiltraban en ETA, comían en las herriko tabernas, a costa de la piel propia, para saber si iban a matar a un compañero concejal de Lasarte. Y me parece dignísimo el trabajo dela NSAola CIA, en búsqueda permanente de pirados que consagran su vida a atentar contra EEUU porque lo han leído en los torcidos renglones de algún libro religioso escrito en árabe.
Y creo que a nadie debería importarle. Y si lo hace, es porque algo hay que ocultar.