En una generación habíamos hecho mucho. Lo habíamos logrado todo. Los que ahora inauguramos la cuarentena habíamos tenido acceso a los mejores libros, a las mejores exposiciones, a la música en todas sus expresiones, a la danza, a la escultura …
Logramos que este país tan cainita no viera en la obra del otro un ejemplo para decir esas tres palabras maléficas con las que siempre mostramos la envidia insana que nos guiaba en otros tiempos: “eso hágolo yo”. Llegamos a un momento en el que la gente conversaba de literatura, música, pintura y no sobre los novios de los artistas o las queridas de los famosos.
Pero ahora ya no. Ahora hablamos del banquero en prisión, del político imputado, del desfalco del responsable de tal o cual empresa … Porque hemos convertido la cultura en un bien prohibitivo.
Un coche vale hoy menos que hace cinco años, un jersey lo mismo, una barra de pan apenas cinco céntimos más. Pero este verano toca Springsteen en Gijón a 75 € la más barata, Mark Knofler a 45, Pit Bull a 42. Hombres G hace dos semanas pedía 28 € de acceso. El festival de danza de Oviedo no baja de los 30 €. Un grupo de jazz asturiano que vi en Oviedo por mis religiosos 14 € tocaba en Madrid gratis este fin de semana. Una exposición en Luanco de artistas noveles tenía precios de300 a800 €.
A estos precios, acabaremos leyendo el folleto del Alimerka, viendo bailar a nuestros hijos, y escuchando los discos de nuestros padres. Sin duda el IVA puede haber hecho daño, pero la ausencia de racionalización ha hecho más.
Uno, que participa del mundillo literario y sabe lo poco que cobra un autor por un libro (de los que yo he vendido, entre 17 y 20 €, el margen del autor oscila entre los 1, 5 y los 2,5 €) sabe que juega un juego con reglas determinadas, pero que también se pueden cambiar. Porque quien apuesta en el juego de la cultura no puede hacerlo por dinero. Porque la cultura no deja de ser un bien inmaterial con el que no podemos acabar, porque nos jugamos el futuro de las nuevas generaciones.
Así que de momento nos queda el teatro amateur del Filarmónica oLa Laboral, la música clásica de los ensayos de nuestras grandes orquestas, las exposiciones gratuitas de las Salas de Arte que saben que no van a vender, pero siguen apostando al negro, pues hace mucho que no vieron salir el rojo.
No hay mucho más, y eso es lo triste. Espero que el aguacero escampe, porque el precio de someter a una generación a precios inasumibles se volverá contra nosotros. Si ya no podemos viajar porque no podemos pagar los billetes y nuestros niños van a conocer menos mundo que nosotros, acaso podrán leerlo en los libros, verlo en el teatro, escuchar sus acordes desde un escenario…
Si tampoco pueden hacer eso porque el precio que pretendemos cobrar es abusivo, entonces, mejor pedimos la baja y nos vamos.