El evento cultural otrora conocido como Semana Negra ha sido convertido, por arte de ese capitalismo contra el que gritan sus organizadores, en la Semana de la fritanga y el cachivache.
Un encuentro literario que ponía a Asturias en la cima del verano cultural, que traía escritores reconocidos, que permitía el intercambio de opiniones (que no de ideología, pues esa es monolítica), se ha visto transformado en un erial de polvo, música chunda chunda, cachivaches locos a cual más rápido, y un perenne aroma a fritanga que se queda indeleble en nuestras ropas para recordarnos, tras varias lavadoras, que un día visitamos la Semana Negra.
El pasado sábado tuve el gusto de compartir un rato con el Premio Planeta, Lorenzo Silva, que presentaba su novela ganadora, “La Marca del Meridiano”. Digamos que no es un cualquiera, que es un tipo que ha ganado el premio mejor dotado de la literatura española y que me contó que venía de Francia y se iba a Noruega, porque allí interesa lo que los autores españoles puedan contar. No éramos más de cincuenta los que asistimos a su charla. De la organización, nadie. Los que mandan allí se echaban cerveza al coleto, que la tarde era calurosa, pero a mí tampoco me gusta ponerme un traje cada mañana, y sin embargo va en el contrato que hago con los ciudadanos para defender sus intereses. Yo no puedo aparecer en un juzgado con una camiseta de Trinaranjus. Ellos, al parecer, no solo pueden, sino que deben. Pero, a mayor abundamiento, no asisten siquiera a la presentación de una de las estrellas de su evento.
Con la dificultad de llegar a la carpa, tras atravesar un camino que más bien parece el del Rocío, lo primero que ha de aprender el visitante es que debe ir pertrechado de su peor calzado. El que pueda tirar a la salida, porque el estado que presentará, tras el polvo acumulado y los roces con piedras que pueblan el sendero (no me atrevo a llamarlo de otro modo), será de dejarlo listo para el contenedor.
A partir de aquí, si se logra llegar a cualquiera de las carpas, encontrará no más de 15-20 personas asistiendo a las presentaciones. En un momento dado, el pasado sábado, comprobé cómo se llenaba una de las que asistía de modo inopinado. Me sorprendió ese interés repentino por la literatura. Una señora me lo aclaró al comentarle a su compañera “No se pone a llover ahora, con el calor que hacía”.
Si sale usted vivo de algún evento literario, sea este coloquio o presentación, puede meterse en la babel que puebla la Semana de la fritanga. Olvídese, en todo caso, de conversar con quien le acompañe. La música está a tal volumen que es imposible. Los coches de choque compiten con la noria, y ésta con el pulpo, a ver quién la pone más alta. Y los precios, dignos de la mejor cultura. Yo me compré una recopilación (acaso marchita por el uso, pero el buen libro ha de ser así) de Carlos Bousoño, por dos euros, y un ensayo de Borges por 2.5. Subir a la Noria vale 4 €, y al famoso pulpo, con colas de una hora, 3 eurazos. Y luego dicen que es cara la cultura. Y luego dicen que hay que esperar mucho para que te firmen un libro.
Pero, con todo esto, y la pena que uno se lleva en el alma cuando logra salir de aquel erial, lo que más pena me produjo, sinceramente, es el fariseísmo que somos capaces de exhibir. Los escritores llevamos años quejándonos de lo poco que se lee, de los pocos libros que se venden, de que los pirateos de los libros electrónicos están destrozando el mercado, que cada vez más el autor se ha convertido en el episodio residual de la cadena de libreros, editores, distribuidores …. Sin embargo, en una feria literaria, permitimos sin rubor que los vendedores (generalmente de raza negra, y el último y más débil eslabón de la cadena) exhiban sin rubor sus productos falsificados de grandes marcas. Si usted quiere, en lo que en su día fue una feria literaria, se puede comprar falsos Polos de marca Lacoste o Fred Perry por 12 €, o zapatillas de deporte con el logo Adidas por 15. Y, en ese mismo vendedor, ya no es que no se respete la propiedad industrial, es que la intelectual tampoco. Para aquellos que no escriban, pero hagan música, que sepan que sus amigos los escritores organizan una feria en la que sus discos se venden a 3 €, o 2 unidades por 5. Nadie le preocupa si el músico come o no. Total, esto hace mucho tiempo que dejó de ser un evento literario. Ahora es una feria, pero de la mercadería, del cachivache, de la fritanga. Eso sí, camisetas del Che, como si no costaran, leyendas de Bertolt Brecha en la sudadera, quedan superbonitas, y a fumar tabaco de liar, no crean que hemos caído en el capitalismo y fumamos Winston.
¡Qué pena!. Me habían ofrecido presentar el año que viene y no creo que ahora me llamen. Pero sinceramente, con lo que allí me encontré, no pasa nada.