Cuentan los más viejos de lugar que allá, por el mes de julio del año 2013, cuando la pobreza reinaba en las calles, los negocios cerraban, la gente no llegaba a fin de mes, se había impuesto la comida en túper de las casas maternas y cada día la lista del paro sumaba más adeptos a la causa, en un barrio especialmente castigado, donde vivían muchos inmigrantes que habían llegado a ese Reino llamados por la burbuja económica que ya había pinchado dejando miles de víctimas a su paso, ocurrió un hecho del que pocos tienen noticia, pero que convulsionó a cuantos lo conocieron.
Al parecer, una tarde cálida de verano, desconocida en estos lares, mientras el sol castigaba al barrio de Pumarín como lo hacía la crisis cada mañana, la Fortuna decidió pasarse por la zona. Cuentan los que lo vieron, y otros a quien estos lo narraron, que, inopinadamente, comenzaron a llover del cielo billetes. Y no unos billetes cualquiera, sino billetes morados de 500 €. De esos que muchos ni reconocían, pues nunca los habían tenido en las manos. De esos que dicen que existen pero muy pocos han visto.
Los pobladores del barrio, desconfiados de que la Fortuna se hubiese acordado de su existencia, se mostraron inicialmente recelosos. Creyeron que sin duda se trataba de alguna campaña publicitaria, de algún engaño, uno más, de aquellos a los que la cruel realidad les tenía sometidos. Pero uno de ellos, acaso más curioso, acaso más necesitado, comprobó personalmente aquellos billetes que volaban del cielo. Y apreció que eran auténticos. Gloria en papel con rasgos de la Unión Europea dibujados.
Fue inmediato el jolgorio y la premura. Fue repentina la recogida. Fue súbita la huida. Quienes allí estaban lanzaron sus cuerpos al suelo a recoger aquel regalo divino y llenar sus bolsillos con la lluvia de billetes. Pero no hubo algarabía. El pobre está acostumbrado a disfrutar los premios en silencio. Como dice la canción de Rubén Blades, “créame gente que aunque hubo ruido, nadie salió”.
Todo fue feliz y rápido. Súbito y silencioso. Quienes fueron premiados con la lluvia de aquella extraña mañana, desaparecieron, temerosos y conscientes de que aquello, como casi todo lo bueno, era ilegal, inmoral o engordaba. Silencio y sonrisas cautelosas. 18.500 € en billetes de 500 volando sobre las calles.
Hasta aquí lo que cuenta la leyenda, que, como todas, no sabemos si es cierta. Los periódicos, esa fuente de destrozo permanente de la magia de los cuentos, narraron en esas fechas que una pareja había depositado todos sus ahorros en un sobre y lo habían guardado en la caja de su persiana. Una corriente extraña, ignota y desmesurada, hizo que esa tarde volaran a la calle, sin que pudieran percatarse de ello. Cuando se dieron cuenta, nadie había en la calle, ni resto de su dinero. No hubo algarabía, recordemos, solo prudencia, temor y huida.
Y esta es la historia que cuentan los viejos de lugar. No sabemos cuánto de la misma es cierto, como buena leyenda. Lo que sabemos es que el barrio sonríe, pícaro, travieso, acaso avergonzado, pero silente. Y cuentan los que lo saben que el siguiente fin de semana, este que vivimos ahora, las discotecas de la zona despacharon más licor que nunca.
Fortuna y fatalismo en la misma aventura. Como en todas las historias quiméricas. ¿O reales?.