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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

GIBRALTAR

Venga, quitémonos la careta. Uno puede ser muy de izquierdas, muy poco nacionalista, renegar de ser español, y todas esas tonterías que quedan muy bien en la pose. Una cosa es decir que es un peñasco que nos es inane, que no nos importa en absoluto su pasado histórico, su presente o su futuro, y otra distinta, que a todos nos duele un poquito. Que cuando nos hablan de Gibraltar se nos pone el alma pequeña y seguimos sintiendo que un trocito de España no es nuestra.

 

            Y eso que hace cuatro siglos que la perdimos, y eso que hace cuatro decenios que las resoluciones dela ONUinsisten en que ha de primar el factor territorial sobre los deseos, más o menos interesados, de los habitantes del Peñón. Y eso que hace  veinte años que ha sido incluida en los paraísos fiscales que deben modernizar su legislación. Pero, pese a todo, o con todo, como la novia que nunca nos hizo caso, la seguimos sintiendo nuestra.

 

            Conocí Gibraltar por motivos profesionales hace un quinquenio. Allí, un cliente mío era accionista de una mercantil (nada menos que 30.000 hay domiciliadas en esa lengua de tierra). Tuvimos que hacer una operación accionarial con un abogado llamado Peter Harrys – siempre desconfié hasta de su nombre, porque es como un italiano que se llame Marco Pizza o un español Pepe Seat – y la cosa se dilató. Mi cliente tuvo que marcharse y dejarme como apoderado. Yo, en aquellas fechas conocí a fondo la dinámica de la isla y, al mismo tiempo, me convertí, aunque fuera por unos días, en apoderado general de una compañía con sede en Bahamas y sucursal en Gibraltar. ¡Y eso estando en política activa!. Es perfectamente legítimo, pero para quienes no tienen entendederas, suficiente para acusarme de todos los males del mundo, decirme que trafico con esclavas para la prostitución o que el último cargamento de cocaína de las costas gallegas era cosa mía. Insisto, lo bueno fue que solamente duró una semana. Trabajé codo a codo con aquel Peter Harrys que hablaba inglés con acento de Cádiz y, al tercer día, me llevó a su casa enLa Líneadela Concepción.Porsupuesto, su mujer española, sus hijos andaluces de pura cepa, matriculados en un colegio que pagamos con nuestros impuestos. Su coche español, pero su gasolina extranjera. Trabajaba en España pero no pagaba impuestos como ciudadano del Peñón.

 

             De mi minuta profesional en aquel trabajo,la HaciendaPúblicaespañola se llevó el IVA más el 24 % de IRPF. Para Harrys, sin embargo, teta pura. Se enorgullecía de no ser español ni británico, sino “llanito”, pero sobre todo se reía de España y Gran Bretaña, que le permitían estar en un limbo legal en el que no pagaba nada a nadie. En su despacho había domiciliadas 253 compañías.

 

            Así que ahora que mi gobierno se pone en su sitio y le aprieta las tuercas al Reino Unido, yo soy de los que estoy orgulloso. Es como si los cazurros (con cariño, amigos leoneses) nos quisieran quitar Pajares o los cántabros de Llanes hacia el Oriente. Que no, que por ahí no pasamos. Y si hay que ponerse firmes, menos mal que por una vez lo hacemos.

 

            De aquella visita a Gibraltar me traje el orgullo de seguir siendo de esta patria, donde con mis impuestos se pagan carreteras y hospitales. ¡Tiembla Harrys, que igual se acaba el chollo!

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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