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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

Y EL DEMONIO INVENTÓ EL PURGATORIO …

Y EL DEMONIO INVENTÓ EL PURGATORIO ….

Cuenta la estricta doctrina católica que no fue el demonio quien inventó el infierno, que se presenta como contraposición al cielo y lo que este representa, por tanto creado por la Divina Providencia,sino que el invento original del demonio es el purgatorio. Un lugar donde, hasta la eternidad, nuestro espíritu vaga sin rumbo, sometido al fuego perpetuo y la tortura, con la esperanza vana de que aquello acabe algún día. Pero nunca acaba, porque precisamente lo eterno es lo que no tiene fin.

Y el legislador, esa entelequia compuesta de señores expertos que a veces consultan y a veces se reúnen consigo mismos para darnos las letras y frases que, reunidas en artículos y capítulos, habrán de regular nuestras vidas, pensó una mañana que la cosa de la economía no iba bien. Y en ese buenismo que caracteriza al legislador mercantil, pensó que las empresas lo pasaban mal, que teníamos una ley de suspensión de pagos de 1922 y una de quiebras de principios de siglo, y que algo había que hacer. Así que creó la ley concursal, con el fin optimista de que, quien padecía sobreseimiento temporal de cobros y pagos, tuviera un medio jurídico para que, sin devengar intereses en sus deudas, sin verse acuciado por ejecuciones innumerables y pudiendo coger un poco de oxígeno, pudiese llegar a un acuerdo con sus acreedores, por medio del procedimiento de quita y espera. Así los acreedores cobrarían, un poquito menos de lo que se les debía, y en un plazo más largo, y el deudor podría sobrevivir, y no verse abocado a cerrar de la noche a la mañana, dejando tras de sí un reguero de cadáveres. Y el legislador, acaso sin quererlo, se convirtió en demonio e inventó el purgatorio. Allí penan las almas empresariales durante años, sometidos al fuego eterno de los incidentes concursales, deseando únicamente que aquello concluya. Pero no, raramente acaba. Como la energía, ni se crea ni se destruye, acaso solamente se transforma, y no siempre para bien.

De lo que decía la ley a lo que pasa en la realidad hay un trecho insalvable. El 92 % de los concursos que se instan en España acaban en liquidación, que es la fase en la que no hay acuerdo con los acreedores, y solo queda vender lo poco que hay para pagar a los acreedores privilegiados (siempre los mismos, trabajadores, bancos, seguridad social y hacienda pública) y que el resto de acreedores, el pequeño albañil o el que vendía los clips de la oficina vaguen por el purgatorio, acaso acompañados de su deudor principal, que ha atravesado todas las fases del Infierno de Dante y ya le da igual ocho que ochenta.

En Oviedo hemos vivido concursos de grandes, pequeños y medianos. Nuestros juzgados de lo mercantil no hacen otra cosa que tramitar solicitudes de concursos y sus múltiples incidentes. Si usted tiene una simple deuda que tiene que reclamar ante ese juzgado, o una pugna accionarial con su socio, ármese de valor y tómense un ansiolítico. Los concursos lo polarizan todo.

Parafraseando a Bertold Brech (aunque ahora parece que la frase tampoco es suya) diríamos que un día vinieron a por El Caleyo, pero no nos importó, porque no éramos de los suyos. Otro día vinieron a por Ceyd, pero tampoco nos importó porque no éramos de los suyos. Otro día vinieron a por Jovellanos XXI, pero nos dio igual porque no les conocíamos. Hoy han venido a por nosotros, pero hoy ya es tarde…

Esta moda tan maligna de los concursos ha llegado incluso a los supuestos en que se abren los llamados “concursos sin activo”, esos en los que no hay ni para asumir los gastos del propio concurso, donde el administrador concursal, generalmente un letrado, se lleva una buena parte y se ha ganado una mala fama general. Y no crean que voy a sacar el corporativismo. Fama merecida en ocasiones. No es justo que los acreedores no vean nada y los honorarios del letrado sean crédito privilegiado. La mayoría no son así, pero con que haya uno, y hay varios (si quieren nombres y despachos profesionaeles llámenme sin problemas) el desprestigio para la profesión ya es notorio.

Tengo varios clientes que han trabajado mucho para empresas de la construcción. En el ordenador de mi despacho profesional tengo un modelo de comunicación de créditos para los momentos en que se lo solicitan desde un juzgado mercantil. Al comenzar estas líneas he hecho el esfuerzo de contar los escritos presentados. El archivo se creó en 2010. Tenía 255 archivos. El purgatorio es muy grande y maligno.

Y ya saben, a quien no le guste, siempre les queda el recurso. Aunque, como decía aquel paisano de Mieres cuando perdió el juicio y la juez le dijo que podía apelar a Oviedo: “Deje, deje, que ya quedé bien “pelao” aquí”.

El tejido empresarial ovetense ha sido desguazado por la crisis, y lo que se pensaba que iba a ser su remedio se ha convertido en una fase más de la penuria. Cuando alguien padece en un familiar cercano la maldición del cáncer acaba pidiendo al cielo que se lo lleve pronto. En el concurso ocurre algo parecido, lamentablemente.

Pero no, la cosa nunca concluye rápido. El purgatorio es eterno por definición. Y algunos, por su mala cabeza, y la prepotencia de los años buenos, hasta se lo merecen. Otros no, pero vagarán por idénticas tierras. El legislador tuvo cabeza para crear un único territorio inhóspito.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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