La verdad es que llevamos un par de semanitas terribles. Con etarras, violadores, asesinos, ladrones de diversa índole y criminales de todos los artículos del Código saliendo de prisión sonrientes brazo en alto, nos llega la sentencia del Prestige, que exonera de responsabilidad a todos los acusados, tras trece años de instrucción y nueve meses de juicio.
Me decía la pasada semana un compañero de profesión que estaba loco, que como se me ocurría, teniendo que ir todos los días al juzgado “rajar” de la judicatura. Ya le expliqué que yo no “rajo” de la judicatura. Intento explicar el malestar general del ciudadano con las resoluciones judiciales que ve en los últimos tiempos. Dentro de todo abogado hay un ciudadano, con derecho a pensar y a opinar, y a estar a disgusto, incluso con pleitos que le quedan muy lejanos. Y, a mayor abundamiento, no es culpa de los jueces lo que ocurre. Decía Montesquieu que el juez es la boca que pronuncia las palabras de la ley. Así que los jueces trabajan con el material que se les da.
En el tema de la doctrina Parrot, sucesivos legisladores se dieron Mus en lugar de modificar la ley. Por eso ahora al juez no le queda otra opción que la que adoptó. No me gusta la premura. El fondo, desgraciadamente, no podría ser otro.
En el procedimiento penal del Prestige, aún recuerdo cientos de voluntarios cogiendo galipote con sus manos. Incluso yo mismo colaboré. Porque fue de las escasas ocasiones en que el español, cainita por definición, sintió que la costa era suya, de todos, y que unos bastardos se la habían destrozado poniendo en el mar una chatarra con motores. Echo de menos una declaración de responsabilidad de la empresa propietaria del barco. Quizá el pobre capitán, un anciano encogido en la actualidad, patronaba lo poco que podía con la mejor voluntad posible. Pero la propietaria era plenamente consciente de lo que lanzaba al mar. Y tenía una aseguradora, con mil millones de € de responsabilidad civil. Insuficientes a todas luces para paliar los daños de nuestras costas, pero que valdrían de aperitivo. Ahora hay que devolverles los 22 millones que consignaron. Sinceramente, duele. Y duele mucho.
Y ahora, el Tribunal Supremo anula su propia sentencia del crimen de Vallobín. Sí, aquel de una noche maléfica en la que cuatro perturbados, en lugar de celebrar lo bueno que trae San Juan, se dedicaron a quitarle la vida a una joven de 36 años para después descuartizarla.
El más alto tribunal anula su sentencia anterior por haber infringido el principio acusatorio y deber reducir la pena a uno de los autores materiales de semejante locura. Como mucho, se le podrán imponer 9 años frente a los 27 que se le impusieron originalmente y que fueron menguando a base de recursos. Esto es lo que tenemos, y aquí cerquita, en el barrio de Vallobín. El ciudadano no sabe si es culpa del acusador particular, del actor civil, del Ministerio Fiscal. Sabe lo que lee y lo que ve. Y no le gusta, nada de nada.
Decía un famoso cocinero en una entrevista televisiva que siempre supo acerca de cebollas, cocidos y tiempos de cocción. Pero que ahora, a base de disgustos en prensa y televisión, ya podría calcular de memoria los plazos de prescripción de los delitos. Y es que hay tanto prescrito …
Y hay tanto Diputado, Senador, Presidente de Diputación, Sindicalista, violador, corrupto, asesino, ladrón (todos en la misma bolsa) cuyos delitos han prescrito o han salido enormemente baratos, que el ciudadano (el de a pie y el que va dentro de todo jurista) está asqueado de esta situación que parece de impunidad.
Y la culpa no es del juzgador, al que, como a mí, le debe molestar enormemente lo que ve, pero no tiene armas con las que combatir. Necesitamos legislar más, y más duro. En caso contrario, tendremos la sensación de que hemos convertido esto en un sindios. Si no lo hemos hecho ya ….
Y supongo que habrá algunos que digan eso de que legislar es limitar la libertad del ciudadano, que no puede el Estado ser coercitivo, que el individuo debe ser digno de confiar en él … y esas monsergas progres que tanto gustan de contar algunos. Para ellos recomiendo una charla con los familiares de las víctimas de los que estos días salen de prisión, un paseo por Vallobín y el repaso de las imágenes, recogidas en prensa, de aquella noche o una madrugada de invierno recogiendo galipote con las manos en la playa de Candás. Esos mordiscos de realidad quitan muchos prejuicios.