Decía mi abuelo, que en paz descanse, que la crisis y esas cosas de las que se hablaba en los años 70 eran tonterías. Que crisis era ver a la gente rebuscando en la basura, orinarse las manos para evitar la congelación, o taparse bajo cartones y mantas prestadas por la beneficencia.
Y miren que yo siempre soy un tipo positivo, de los que me levanto cada mañana creyendo que estamos un día más cerca del fin del problema, pero no sé si estaremos un metro más cerca del abismo.
En la basura hace meses que rebusca la gente. El Ayuntamiento de Oviedo se ve obligado a entregar mantas y bebidas autocalentables a las personas que, según les consta, duermen a la intemperie en esta ciudad, que no es de las que peor lo está pasando en la crisis. Ya es el segundo año, que en colaboración con Cruz Roja, intenta paliar de algún modo la ola de frío para los que no tienen hogar, que son muchos. Año II de la era de la depresión total. Si al menos no hubiera año III …
La crisis es cierto que alimenta el ingenio y así nos sorprendemos con el premio a unos jóvenes avilesinos como mejores emprendedores, que han puesto sus cabezas a idear futuro, y han creado una web para revender ropa de niños. Han crecido enormemente en el primer año y se llevan un merecido galardón.
Por eso, cuando uno ve pequeñas lucecitas en el camino tan negro, piensa que hay salida, y que somos un país lo suficientemente brillante como para poder con todo lo que se nos ha venido encima, que no es poco, y parece estar cómodo aquí y no querer irse.
Pero resulta que en Castrillón no tienen ni bombillitas. Quiero decir que, si, hasta ahora, nos habíamos dado a nosotros mismos ligeros períodos de tregua en los que aún nos podíamos permitir orillar todo y seguir tomando una copa de cava (aunque fuera del de Carrefour), las cosas ya no están ni para los lujos mínimos y este año no habrá iluminación navideña en la villa costera asturiana. Así lo ha decidido el equipo de gobierno. Este año, en Castrillón no hay Navidad. No hay ni para eso.
Como en las películas en blanco y negro en las que una familia compartía una lata de sardinas a la lumbre pálida de un hogar navideño, la realidad se ha vuelto oscura. Gris marengo, casi negra. Y no tenemos ni para iluminarla con coloridos.
Pensemos entonces que la Navidad es solamente el momento en el que todos creemos en cosas mejores. En el que apostamos que la próxima será un poco más luminosa, porque nosotros mismos hemos creído y hemos ganado la batalla.
De momento, hay mantas para los indigentes y gente que sigue creando. Si no nos falta la lata de sardinas y los que nos quieren al lado, los únicos perjudicados pueden ser los grandes almacenes. Pero a mí no me compraban una bici nueva hasta que acababa de destrozar la anterior, y había meses en que había que esperar para comprar un jersey nuevo, y ponerle unas coderas. Y por eso no he sido menos feliz. Creo que nuestros hijos tampoco.
Y aún esta mañana he visto, en un nuevo negocio muy interesante que ha abierto en la calle Toreno, un lote de lápices de colores por solamente 1 €.
Yo me ofrezco a seguir pintando la realidad de colores. Si me ayudan, se lo agradezco.