CINCO AÑOS SIN BRÚJULA
Los que amamos la mar casi del mismo modo que la literatura, sabemos que, una vez que se sale de puerto, sin brújula no hay destino posible. Entiendan ustedes, ciudadanos del siglo XXI mis referencias a la brújula referidas a los modernos sistemas GPS, sin duda más prácticos pero mucho menos románticos y literarios que nuestra tradicional brújula y compás.
Uno sabe que, abandonado el puerto de Luanco, según girala Puntadela Vaca, no valen las referencias visuales ni para el ojo habituado a muchos años de Mar. Y que cuando se torna el Cabo Peñas, la mar brava comienza a convertirse en un enemigo feroz si algún instrumento deja de indicarnos el Norte, pues, no en vano, el Cabo Peñas es el Norte del Norte.
Los que amamos la literatura del mismo modo que la mar, tenemos tachada la fecha de hoy en el calendario. Es un día que siempre recordaremos en negro. Un 12 de enero de hace cinco años se nos iba quien, a mi criterio, ha sido el mejor poeta ovetense de todos los tiempos.
Una fría mañana madrileña, el corazón de Ángel González dejaba de latir. Había sido siempre un corazón aquejado de debilidades, que tuvieron en el tabaco y el alcohol sus aliados contra natura. Pero quien vive disfrutando se va sin dejar débito alguno.
Dos días más tarde, quien les habla, en su cargo de Concejal Insititucionales del Ayuntamiento de Oviedo, junto con el entonces Concejal de Cultura, José Suárez Arias- Cachero, daba sepultura a sus restos en el cementerio de Oviedo, junto con sus amigos íntimos, Luis García Montero, Joaquín Sabina y Antonio Masip. También estaba su viuda, Susana Rivera, para la que no había ni ha habido consuelo desde entonces, porque para ella, como para todos, la brújula se había perdido. Y sin brújula, insisto, no hay destino posible.
Ángel nos dejó su maestría y su letra. Nos dejó su cariño, su amor por esta ciudad y su devoción por Madrid. Nos dejó sus charlas enla Residenciade Estudiantes y sus whiskys en el Oviedo Antiguo. Nos dejó mucho y se llevó poco. Solamente se fue, como siempre dijo que se iría, sin hacer ruido, sin miedo a la muerte, sin esperanza de que hubiera un más allá en el que nunca creyó.
Y nos dejó solos. Nos dejó bandeando las olas y sin referencias a la costa. Nos dejó los tocones del subsuelo marino que deberíamos aprender a superar en solitario. Pero nos dejó sus poemas. Nos dejó las más insignes páginas que un ovetense pueda haber escrito y las del más grande poeta de la generación del 50, sin que me pueda la pasión de compatriota, sino, a lo sumo la devoción del alumno en eterno aprendizaje.
Porque hace hoy cinco años, una fría mañana de invierno, desde Los Arenales, veíamos la bruma que cubría Oviedo. Solo pensé en su momento que Ángel tendría buena vista sobre la ciudad bajo la niebla, que parecía querer dormir eternamente, aquella que llamó “Ciudad Cero” en uno de sus poemas. Aquella ciudad en la que había vivido los horrores dela GuerraCivily que, pese a las penurias y la destrucción, fue su hogar en la niñez y le acogió en el momento postrero en que, al irse, se llevó nuestra brújula.
Y aquella mañana, de hoy hace cinco años, nos quedamos como el propio maestro había descrito en “Muerte en el Olvido”:
“Pero si tú me olvidas,
quedaré muerto, sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
– oscuro, torpe, malo- el que la habita …”
Nos hemos ido recuperando, poco a poco. Hoy, un lustro después, mi hija Cayetana, que apenas tiene dos años y medio, canta de memoria “Por aquí pasa un río” en la versión musicada de tu poema que hizo Pedro Guerra.
Como ves, aquí seguimos. Tu ejército de devotos seguimos fieles, impidiendo que la muerte sea el olvido.
Seguimos fieles, que no firmes. Tú nunca lo hubieras querido.