LOS TIPOS DE LOS CUBOS
Llevo un tiempo con ganas de dedicarles unas descarnadas e hirientes líneas a los tipos (no me merecen otro calificativo) que reparten y recogen los cubos de la basura en Oviedo. Un día por otro, y por eso de que uno no debe dejar cadáveres en cada esquina, lo he ido orillando.
Hasta esta noche. Así que en este sábado festivo en el medio del puente vamos a ponerles en su sitio, si me permiten.
Estos individuos atraviesan las calles ovetenses, a eso de las ocho de la tarde (ya noche en invierno) desconociendo que existen señales de tráfico, pasos de peatones, direcciones prohibidas o límites de velocidad. El Oviedo 30 les debe sonar a medicamento para la bronquitis.
Llevan unos camiones abiertos en su parte trasera donde se zarandean cientos de cubos de plástico y donde, en ocasiones, un operario va sentado, piernas en alto, sin ningún tipo de sujeción al vehículo. El último que vi, ni se agarraba a nada. Iba fumando un cigarro y volteaba igual que los cubos.
Atraviesan las calles de Oviedo como si fueran un circuito de velocidad. Llegan al punto en concreto donde deben depositar cubos, tiran al suelo (literal) varios de ellos, los arrastran entre dos operarios y los depositan delante de los portales. A continuación silban o gritan al conductor (con carácter general indebidamente estacionado en medio de una vía con tráfico) y salen como si tuvieran que estar en otro destino apenas 30 segundos después.
Esto a la entrega de los cubos. La recogida es aún peor, porque se hace con el agravante de nocturnidad. En mi calle, en el barrio de Santo Domingo, llegan con gran tumulto a eso de las 3 de la mañana. Recogen los cubos con el mismo cuidado que los depositaron, es decir, arrastrándolos, tirándolos al camión, y gritando al conductor para que continúe la marcha. Tras varias noches de despertar a las menores que intentan dormir en mi casa, ayer noche me entretuve en observarles. Total, ya que no iba a dormir, al menos miraba por la ventana. Uno de ellos ponía los cubos sobre el suelo, metía unos en otros, y los ponía a rodar por la acera, para acercarlos al camión. Mientras tanto, otro operario hacía lo mismo en la acera de enfrente, para silbar repetidamente al conductor a fin de que diera la vuelta. Este llegó a final de la calle a velocidad de rayo, dio marcha atrás, se encendió la sirena de “retro” y el consiguiente dispositivo sonoro que la acompaña y volvió a recoger a sus secuaces. Subidos estos a la parte trasera sin mecanismo de sujeción alguno, salieron pitando. Varios metros después, cuando mi vista ya no les alcanzaba, se seguía oyendo la algarabía con que desarrollaban su trabajo unos portales más abajo.
Una mañana, en que me dirigía a mi despacho profesional muy muy pronto (no piensen ustedes que los abogados somos profesionales con un trabajo sencillo, sino con muchas horas de dedicación) subía por la calle Mon cuando sentí la marabunta completa -no venía Charlton Heston, eso sí – a mi espalda. Uno de esos camiones subía la calle como si huyera del fuego. Llegó al cruce del Martillo de Santa Ana y tuvo que hacer maniobra para girar en el ángulo de 90 º. Como tenía dificultades, el copiloto se bajó para ayudar. Pero era incapaz de ayudarse a sí mismo con el estado etílico que presentaba. Se apoyó en la pared, a ver si recuperaba la serenidad de espíritu, y se subió de nuevo, ante los improperios de su compañero, partiendo ambos raudos a provocar más ruido y despertar otros vecinos ovetenses.
Supongo que trabajan a destajo. Sé que el mundo laboral está peliagudo. Pero estas no son formas de hacer las cosas. Tengo sinceros deseos de que la Policía Local les observe haciendo alguna de estas tropelías y mande alguno para casa unos meses.
En caso contrario, me temo que un día nos dan un disgusto e igual lo leemos en la página de sucesos de este diario.