¡¡VAN A ABRIR UNA LIBRERÍA!!
Les juro que no he bebido. Que lo he leído. Y que, no contento con eso, he ido presencialmente a comprobarlo. EL COMERCIO de hace un par de días informaba de que alguien iba a abrir un negocio. Eso, en estos tiempos, es como anunciar la estrella de Belén, confirmar que todo el mundo se ha convertido en bondadoso o incluso decir que la gente ya no ve tele basura.
Insisto, ante la incerteza de la noticia, pensando que, a apenas 15 días de los Santos Inocentes, alguien podría haber gastado una broma a la redacción de este Diario Decano, me acerqué hasta la calle Covadonga. Eso sí, atravesé antes no menos de 50 carteles con la leyenda variable de “Se vende” o “Se alquila”. Incluso algún iluso escribía “Se traspasa, con la coletilla “negocio funcionando”. Esas dos palabras juntas, en estos tiempos, son ejemplo preclaro del oxímoron que deberán estudiar, si es que estudian, los alumnos de bachillerato, o como le llamen ahora. El problema no es cómo le llamen, sino lo que hacen en él, y según el informe PISA, cada día menos.
Bueno, que me pierdo. Volvamos a la realidad. Resulta que me acerco a la Calle Covadonga y veo un local en reforma, con un cartel nuevo, y en el que evidentemente se está trabajando a destajo para su apertura. Sale un operario y me acerco a preguntarle y me confirma que es cierto, que van abrir un negocio en enero. Y le pregunto ¿no será una librería? En efecto, así es.
Postrado de rodillas como en la imagen del cartel de Platoon me quedé observando aquel escaparate. Después descubrí que dos osados aventureros a los que no tengo el gusto de conocer, pero que sintieron al menos tanta pena como yo cuando, el pasado verano, cerró la librería Santa Teresa, son los que van a abrir la nueva librería.
En estos tiempos abrir un negocio es una aventura. Una librería, acaso una osadía. Pero nunca se escribió nada sobre los cobardes y las historias de soñadores seguro que llenan las páginas de los libros de las estanterías de ese futuro paraíso. Hay que estar muy loco para estar enamorado, decía el bolero. Hay que estar muy cuerdo, y ser un valiente, para seguir apostando por la cultura después de haber visto cerrar una librería enseña de esta ciudad y observar que todo se desmorona en derredor.
No sé cómo les irá, pero vaya desde aquí mi reconocimiento. En tiempos en que leer se ha convertido un lujo para quien ha de tener más de un trabajo para llegar a final de mes (ya saben, el trabajo y los “chollinos” en B), el libro se ha convertido en un artículo reservado a la élite. El resto, ven con orgullo “Sálvame” y “Hay una cosa que te quiero decir”. Así se culturiza este país. Mientras tanto, el hijo de la Pantoja hace carrera de DJ en discotecas donde cada semana se descubre y se incauta una droga nueva.
En las paradas de Metro de Milán hay cientos de libros con la iniciativa bookcrossing, y, con Berlusconi y todo, se respeta el horario infantil de la televisión. Aquí combatimos el páramo cultural con programas de cotilleo.
Es una pena, pero en nuestra mano está evitarlo. Delante de un libro de Enid Blyton aprendí mucho más que cualquier hora de televisión que malgasté en mi infancia y juventud. Sigo teniendo colecciones amarillentas que mis padres me compraron con esfuerzo y que ahora pueblan las librerías de mi casa. Leí novelas que me llevaron a lugares mágicos, y descubrí lugares que las novelas me narraban.
En este mundo sigue habiendo valientes que quieren que las futuras generaciones lean. Eso merece un premio. Sé que no aspiran al Nobel, pero con que cuenten con nuestra presencia y consumo seguro que estarán agradecidos. Es la generosidad del librero, que tiene una tradición de diez siglos.