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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

EL PALACIO DE LOS NIÑOS

EL PALACIO DE LOS NIÑOS

 

            La pasada semana leía en estas mismas páginas (en una iniciativa espléndida, a mi entender, por parte de la sección de Oviedo del diario EL COMERCIO) que hace diez años que se inauguró el Palacio de Los Niños en nuestra ciudad – como hemos visto con otras instalaciones o eventos de nuestra ciudad, demostrando con ello que un decenio pasa en nada, y se lleva muchas cosas, entre ellas parte de nuestro pelo y nuestra paciencia-.

 

            El edificio, tal como indicaba este periódico, dio muchos problemas, la construcción no fue la mejor del mundo (en Asturias muy pocas lo son), la inauguración fue conflictiva, con el soporte aún sin destino, y la concesión administrativa no estuvo exenta de polémica, tanto en el momento inicial como en sus sucesivas renovaciones.

 

            Pero han pasado diez años. Y en este tiempo, lo malo desaparece, lo bueno se consolida. Y parece que el Palacio de los Niños ha entrado en la categoría de los que merece la pena.

 

            Casi coincidiendo con la efeméride del decenio desde su apertura, el pasado domingo acudí a el Palacio de los Niños a pasar una tarde de frío y lluvia. Solamente puedo decir cosas buenas. Desde la confortable temperatura del edificio, hasta la posibilidad de aparcar en el párking subterráneo. Desde el control absoluto de la entrada en la que se fichaba a los pequeños para evitar extravíos inoportunos, hasta la vigilancia concreta en cada una de las instalaciones que ofrecían para el ocio infantil. Desde la variedad del entretenimiento hasta la amabilidad del personal.

 

            Así que uno, que había dejado su mente infantil en MERCAPLANA, hace ya un decenio (nadie lo diría, aunque viéndonos igual sí), al fin puede localizar su ocio mental en Oviedo, porque El Palacio de los Niños no desmerece al recuerdo infantil, sino que lo mejora y lo supera con creces.

 

            Allí había un auténtico fragor. Un bullicio enorme. Cientos de niños gritando, jugando, bajando toboganes, tirándose bolas, saltando en camas elásticas. Un ensordecedor ruido que se soportaba con dificultad.

 

            Mientras tanto, en Mali, Hollande entraba en guerra. En Afganistán moría un compatriota en la misión humanitaria de un país en perenne batalla. Y en veinte lugares distintos del globo, los hombres se mataban unos a otros entre bombas y disparos.

 

            Denme fragor de niños. Allí no había prima de riesgo, ni hipotecas basura, ni endeudamiento familiar. Allí no había fusiles, ni siquiera de juguete. Ni bombas quitando la vida de otros. Allí había un ruido fabuloso, que era el sonido de los niños gritando.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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