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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

LA PROMESA

LA PROMESA

            En el siglo XIX los marineros asturianos se jugaban la vida cada vez que embarcaban. Se subían en cualquier cosa que flotase, con tal de que los sacase al agua, en busca de algo que diera de comer a sus familias. Eran tiempos duros de verdad, no estos de vaselina que nos tocan. Ahora lo pasamos mal, sin duda, y vivimos con estrecheces, pero en los primeros años novecientos la gentes se moría de hambre, de gripe, de frío …

Cuando acaecía un naufragio, algo que tenía lugar muy a menudo, porque nuestros compatriotas se echaban al mar en lo que encontraban, los supervivientes hacían una promesa, la de volver a ver a la Virgen en la que cada uno creía – generalmente la del Carmen, ya saben, patrona de marineros – y llevarle los restos del naufragio y su prueba de vida y de fe.

Tienen ustedes un excelente ejemplo en nuestro excelente Museo de Bellas Artes de Asturias, en un cuadro de 1903 de Ventura Álvarez Sala, donde se aprecia la veneración y desolación de los marineros que acuden a la pequeña capilla, con los restos de la embarcación. Cuenta la leyenda que es la capilla de La Providencia, en Gijón, pero podría ser cualquiera de nuestro Cantábrico.

Un siglo y cuarto después, seguimos viendo naufragios, y embarcaciones ruinosas y hombres desesperados que se lanzan a la mar en cualquier cosa que flote para creer que, allá donde van, hay un maná que les servirá para dar de comer a sus familias. La Historia no nos cambia. Quizá ahora, la única diferencia, es que cada día nos quedan menos dioses en los que creer, menos Vírgenes de las que ser devotos, y cada día menos capillas.

Los hombres hambrientos y desesperados cruzan África engañados por las mafias, a las que entregan lo poco que tienen, que luego los sitúan delante de la valla que les separa de lo que ellos consideran la gloria. A un hombre desesperado no hay “sebe que lo torne” que diríamos en Asturias, ni valla suficientemente alta, ni aguas realmente profundas. Y los desesperados, sean marineros asturianos de hace un siglo o subsaharianos de nuestro tiempo, van a buscar solamente un futuro mejor. Y a muchos les cuesta la vida.

Frente a ello, frente a un drama humano excepcional que precisaría una política internacional común y un frente único en España, lo que se ha analizado en estos días es el papel de la Guardia Civil. Manifestaciones veladas de algunos grupos políticos que venían a culpar a los agentes de los quince cadáveres que se quedaron en la playa del Tarajal. Quizá deben olvidar Sus Señorías, cómodamente sentados en el escaño de su grupo parlamentario, que las fuerzas del orden luchan todos los días contra las mafias de la inmigración, a pie de obra, y que, por encima de agentes, son personas. Acaso deben creer que no les duele ver a los inmigrantes que se cortan con la valla o recoger los cadáveres de la playa. Deben creer que son robots. Quizá desde la Carrera de San Jerónimo se vea muy lejos.

La propia Guardia Civil ha tenido que mostrar los vídeos, de escasa calidad, para que se comprobara que no están manipulados. Ahí se ven disparos al mar, lejos de los inmigrantes, a los que recogen una vez que llegan a la playa. Nada más pueden hacer. No disparan a los inmigrantes, nadie en su sano juicio lo haría.

Pero su trabajo no es fácil, recuérdenlo. Trabajan todos los días con un drama humano que viene de un continente en ruinas.

Es que quizá no pudieron llegar a diputados.

O pudieron, pero prefirieron trabajar ayudando a los demás.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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