Y EL CIELO SE PUSO NEGRO …

            Cuando teníamos 15 años y veíamos películas de excelentes periodistas que descubrían escándalos y leíamos maravillosos cronistas, y todos queríamos escribir en algún medio, Faustino ya dirigía un periódico. De leerle y conocerle aprendimos las virtudes de quien ama su profesión por encima de todo. Después la vida nos llevó al gran privilegio de compartir página con el maestro.

Podríamos decir muchas cosas, pero si me preguntan por una sola, Faustino era un tipo valiente. Valiente para vivir la vida y osado para enfrentar la muerte. Sabía dónde iba y nunca tuvo miedo, porque era una sensación que le era absolutamente desconocida. Acometió la tarea de contar cosas con la solvencia reservada a unos pocos. Paseó su cátedra por donde le quisieron y se fue de donde sintió que no le apreciaban. Con la libertad de Antonio Machado, aquella que citaba en Juan de Mairena: “La libertad no es poder decir aquello que se piensa, sino pensar aquello que se dice”. Faustino reflexionó siempre con su Asturias del alma metida hasta el tuétano, más adentro aún de esa enfermedad que ahora nos ha privado de su magisterio.

Generoso hasta el exceso, dio consejos a muchos que lo merecían y enseñó a otros que luego pretendieron apropiarse de su pluma. Pero el maestro nunca cobró dinero por vender ideas de otros. Contó lo que quiso y como quiso, pesare a quien pesare. Lejos de ser un tipo cómodo, se le apreció por lo que sabía y lo que nunca callaba. Y porque nunca tuvo un “no” para nadie que necesitara ayuda.

El viernes el cielo se puso negro y se llevó a Faustino. Ahora, allá arriba, en el paraíso de los que se dedican a contar cosas, acaba de llegar y está buscando su pipa. Me cuentan que Hemingway lleva años esperando a alguien con quien poder compartir debates de altura. Ahora ya lo tiene.

Descanse en paz, maestro. Gracias por todo lo que hemos aprendido de ti.