DERECHOS LABORALES Y PROFESIONALIDAD
Casi simultáneamente a que los médicos asturianos decidieron ir a la huelga – esa huelga que tanto he criticado desde estas páginas, porque me parecía abusiva, porque negociaba con los derechos de los pacientes y porque, por encima de todo, la salud de los demás es un bien demasiado preciado como para jugar con él, por lo que jamás debía tolerarse un rapto con rehenes como condición para mercadear – a una persona cercana a mí le detectaron un cáncer. Esa verdadera crisis del siglo XXI que no conoce de estado social. Esa malaria de los países avanzados que nos está llevando por delante a miles.
Era un cáncer de esófago, con un tumor maligno que impedía tragar y que ha condenado al paciente a no volver a comer sólido lo que le queda de vida, que me temo no es mucho. Es una pandemia de las que nos están diezmando. Pero no hay más que luchar con ello o ayudar al que se va a ir.
Y, en este segundo aspecto, aparecieron ellos. Una mañana, después de salir del hospital, le visitaron en su domicilio (una residencia geriátrica). Se identificaron como de la unidad de cuidados “paliativos” y prometieron que iban a acompañarle en todo momento para evitar que pasase dolores, o que estos fueran lo más livianos posibles.
Trabajan en un sembrado donde la muerte ya se sabe dueña. Su labor no es curar, porque cuando ellos llegan ya no hay cura posible. Simplemente se trata de luchar contra la muerte sabiendo que están destinados a perder, pero se niegan a dejar de jugar cada una de las partidas que la vida aún les otorga. Y acompañan cada día a quienes se han visto tocados por la parca y solamente esperan a que, una mañana, se deje de jugar con ellos y se los lleve allá donde se vaya, lugar sobre el cual, cuando esto te toca de cerca, ya no sabes si creer.
Han acudido dos veces por semana a ver al paciente. Se han preocupado de saber si podían hacer más, han sabido bromear y ser serios cuando había que serlo. Han sabido medicarle o enseñarle a que lo hiciera en los momentos especialmente duros. Y así cada semana. Y así sabiendo que tienen la partida perdida. Sabiendo que juegan esta y otras decenas de ellas con cartas que no sirven para aspirar siquiera a empatar. Jugar para perder y seguir jugando por los demás, acaso pueda ser el mayor ejemplo vital que uno haya visto en mucho tiempo.
Durante estos meses había una huelga de médicos. Jamás les oí hablar de ella. Sin duda sabrán defender sus derechos laborales, pero por encima de todo, estaban los demás, aquellos cuyos derechos dejaron de existir el día que la ruleta del infortunio se fijó en ellos. Ahora la huelga ha acabado. A ellos no les importa, porque seguirán ayudando a quienes ya no tienen nada, ni siquiera esperanza, pues ellos están muy por encima del convenio o las guardias.
Se puede ser profesional en todo. Incluso enfrentando la muerte cada mañana como oficio. Luchar y ser ejemplar nunca estuvo reñido.