QUIERO CREER …
Llevo tanto tiempo queriendo creer que salimos del agujero, que ya no distingo bien realidad y ficción. Intención o hechos, voluntad o cotidianeidad. El caso es que sí, esta vez sí creo que la cosa va a mejor.
No son los números de la macroeconomía, que también. No es el crecimiento del primer trimestre, que sin duda ayuda, ni las previsiones del Gobierno para 2015 que son de lo más halagüeño… aunque todas estas son razones de más. Y eso porque creo que necesitamos escuchar que todo va mejor para confiar. Para creer que podemos hacer cosas, para evitar ese fantasma de la deflación (ya saben, en cristiano, si creemos que mañana va a ser más barato no compramos hoy y eso baja el consumo), necesitamos que otros, que consideramos saben más que nos, se pongan en el pellejo de vos, como decía Fuenteovejuna.
Bueno, pues parece que es comenzar a escuchar que vamos un poquito mejor y la gente se va a la calle. Un poco de sol de primavera, cuatro trazos de economistas, y tenemos tantas ganas de buenas noticias que las acogemos con la certeza de la fe sobre la palabra de Dios: creemos lo que no vemos.
Si usted sale un sábado a cenar o un domingo a comer ya empieza a tener problemas para encontrar un sitio. El problema es que si sigue saliendo cualquier otro día, quizá esté solo en el restaurante, pero bueno, es un comienzo.
El cine, que vale 8 eurazos del ala, está lleno. Ocho apellidos vascos es la película más vista de todos los tiempos del cine español, desbancando a la saga Torrente, y Frozen la más vista de la factoría Disney – y no olvidemos que llevan 20 años éxito tras éxito- . Es imposible encontrar un disco de la artista infantil Violetta o un disfraz de los protagonistas de la película del hielo. Lograr esto en tiempos de crisis es símbolo inequívoco de que algo va avanzando.
La pasada semana bullían las librerías con el día del libro e incluso los concesionarios de coches, aunque sea a base de ayudas públicas, van maquillando y mejorando sus números. El día que las administraciones abran el grifo y contraten obra pública, esto va a ser el acabóse.
Han cambiado los “target”, eso sí. Ahora venden los restaurantes que no se pasan en la cuenta. Los bares de low cost donde una cerveza cuesta un euro o aquellos donde te dan una ronda de pinchos mientras te lo tomas. Las tiendas de ropa, franquicias de ropa casual y ágil para cada temporada. Si se estropea, se cambia, que para eso es barata. Se acabaron las marcas y los abrigos eternos y de tacto celestial. Los coches, mejor de 18 que de 30.000 €.
Pero quizá sean los síntomas de la resaca. Dejamos de beber tan a conciencia que cerramos los bares. Ahora queremos volver. Poquito a poquito, y empiezan a regresar.
El mercado inmobiliario de compraventa en Oviedo es de los más bajos de España, pero no así el de alquiler, que funciona óptimamente y que, en especial, en la zona del nuevo HUCA, se mueve al ritmo de Madrid o Barcelona.
Por eso quiero creer. Porque salgo todos los días a las calles de esta capital y veo que las cosas a mi alrededor empiezan a mejorar. Veo que la gente pasa de la desesperación a la esperanza. Que la gente empieza a confiar en que alguien les contratará o están mirando un local en su calle para un negocio autónomo. Símbolos de algo que no garantiza un futuro de esplendor, pero es un comienzo de la actividad en Oviedo, una ciudad que – como le pasó a Clarín- se nos había muerto entre las manos.