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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

VA POR RUFO …

¡ VA POR RUFO !

            Digo siempre que vuelven las modas y que los ochenta son esa década que cambió tantas cosas que no vamos a poder olvidarla, y acaso tampoco queremos. Porque los 80 nos llevan a la niñez, a la juventud, a lo que ya no volverá, y porque vivimos tiempos de tribulación, en los que el pasado quizá fuera mejor, y el futuro, no lo duden, lo será.

Leo en estos días que existe una plataforma en internet, que ya lleva reunidas 5000 firmas para que en las calles de Oviedo se coloque una estatua a Rufo. Todo ovetense conoce a Rufo. Quien no lo conoce, no ha vivido en esta ciudad. Es como pretender orillar a Manolín el gitano, omnipresente en esta Vetusta perpetua y al que, incluso se ha pretendido sacrificar en alguna ocasión, de modo falsario, afortunadamente.

Recuerdo al perro Rufo en el centro, delante de una banda de gaitas, al final de una manifestación, al lado del desfile del día de América en Asturias, sentado bajo los arcos del Ayuntamiento el día del pregón de San Mateo …

Pero no solo poblaba el centro. Nunca fue un perro de un determinado barrio, sino que nos pertenecía a todos los ovetenses, que le hemos dado alguna vez comida o agua ( o vino o sidra, que no hacía ascos) . Que le hemos ayudado a cobijarse de la lluvia pertinaz de esta tierra. Que le hemos visto en el Tartiere, en el Cristo en las fiestas universitarias, en Teatinos cuando allí se celebraba La Ascensión, y, sobre todo, por la noche …

Algún día, en mis memorias – porque todo aquel que se precie  tiene memorias o al menos intención de escribirlas, aunque no interesen a nadie sino su propio autor – contaré alguna malicia de una larga noche ovetense en que metimos a Rufo en la iglesia de Santirso en la primera misa mañanera del domingo. Pero lo dejamos para las memorias, si les parece, que igual me prohíben la entrada a partir de ahora.

Y para la memoria de Rufo, que es parte de la memoria colectiva, es decir, parte de la historia de esta ciudad, nada mejor que una estatua que le recuerde. Y si se permite sugerir, en la zona de Uría, el Campoamor, Caveda … por donde más tiempo pasaba. Al fin y al cabo, tenemos estatuas y esculturas que hemos identificado con la ciudad con el único mérito de llevar mucho tiempo en nuestras calles. Ningún otro apego a esta tierra, aunque ahora ya sean parte nuestra.

Por eso, Rufo se merece huella indeleble en la ciudad que le tuvo de huésped durante toda su vida. Por las calles que le vieron y las noches que le cuidaron. Por esa esquina del Chicote, en la calle Oscura, donde tantas horas observó mientras los demás conocíamos las bebidas espirituosas y buscábamos alguna chica que se fijase en nosotros. Desde aquella esquina, Rufo nos miraba con la solvencia que solamente da el tiempo y el conocimiento. Con la serenidad de quien ha conocido otros como nosotros, y conocería a los siguientes. De quien, de tener el don del habla, aunque quizá nunca lo desease- porque la quietud del silencio era su mejor don,- podría contarnos lo que nos iba a ocurrir en la vida de esta ciudad, porque ya lo había visto antes, y lo seguiría viendo después.

Rufo estuvo muchos días con nosotros. La ciudad le debe un homenaje, porque es tan ovetense como el Filarmónica o el Parque del Oeste. Y porque hemos hecho homenajes acaso menos merecidos, o sin duda menos ciudadanos. A la gente le gusta ver a sus iguales en sus calles.

Y Rufo era igual a nosotros. Rufo era nuestro perro. El de todos.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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