Dicen que EEUU es un país donde cualquiera puede llegar a Presidente, sin importar su origen y su profesión. Que un ferretero puede ganar un millón de dólares y que una empresa en bancarrota puede resurgir con fuerza y es capaz de cotizar en bolsa sin que nadie se suicide por ello.
Este país llamado España nos lo habían convertido en un lugar en el que el Presidente podría deberle un millón de dólares al ferretero que, lejos de cotizar en el mercado secundario, aparecía ahorcado con una bolsa de plástico.
Afortunadamente, vamos cambiando las cosas, poco a poco, y lo hacemos nosotros, no lo duden. Ustedes y yo, a base de privaciones y de fe. Creer lo que no vemos. Ahora parece que empezamos a verlo. Menos mal.
El caso es que ando yo estos días descansando un poco, lo mismo que los juzgados, por tierras de las Rias Baixas, y combinando las excelentes playas con las excelencias gastronómicas de este mar que es el mismo que el nuestro, aunque le llamemos de otro modo, pero que aquí premia a los pescadores de un modo más cariñoso.
Y el otro día me comentaron la existencia de una capilla románica en el límite de la provincia de Pontevedra y Orense que merecía la pena conocer. Eso, acompañado de un “furancho” que es un lugar, aún ajeno a las exigencias del mercado, donde el paisano te vende su vino albariño de casa y lo acompaña de comida a precio irrisorio. Pudieron tanto la capilla como el furancho, lo confieso.
Y allí me dirigí a conocer la iglesia. El pueblo no tiene más de cincuenta habitantes, y los que pasamos por él lo hacemos para conocer la iglesia y ver a Raimundo, el del furancho. Vista la capilla, joya del Románico, sin duda, dirigía mi estómago a por un bacalao, pimientos y pulpo cuando el pueblo se llenó de coches de alta gama. Algo así como diez en cinco minutos. Se verían en La Castellana, pero allí, a la legua…
Pregunté qué ocurría y un señor me indicó que llegaba Carlos Slim. “¿El mexicano?” Pregunté. “Sí, el millonario. Está en un pueblo aquí cercano de vacaciones, Avión, se llama”. “Avión privado, repliqué”. Pero el lugareño no entendió la broma. Comprobé el dato en internet y aprecié su certeza.
Entonces, como alma que lleva el diablo, rebusqué en mi cartera el abono del Oviedo. El de la temporada próxima y el que llevo siempre conmigo. Un cartón amarillo que dice “Niño. Tribuna Norte. 2000 pesetas. Temporada 80-81”. Y busqué a Slim como una grupi. Como una chavala que busca a su ídolo. Solamente pretendía enseñarle el abono, hacerme una foto con él, publicarla en Facebook y decir que este país es un lugar donde uno puede encontrar en un pequeño pueblo gallego al hombre más rico del mundo, lo cual es secundario. Uno puede encontrarse en un pequeño pueblo gallego al dueño del Real Oviedo.
Por supuesto, ni me dejaron acercarme unos señores altos y fuertes que me indicaron que el Señor Slim tenía un almuerzo privado con el amigo que le hospedaba en su casa de la localidad de Avión, y, por mucho que les enseñé mi carnet de socio del año 80, lo miraron sin respeto, o sin conocimiento, no sé.
Bueno, pues nada. Ustedes se lo pierden, concluí. Uno puede ir a un furancho a degustar excelencias gallegas y encontrarse con el presidente del club de sus amores. Esto es España. Esto sí que es un gran país.